El siglo IV se inicia con la persecución cristiana ordenada por Dioclesiano. El sisma donatista con Constantino en el poder tendrá una “solución política”. Este Augusto y luego su hijo Constancio evitan invadir Persia a pesar de ser ineludible y prioritario a los intereses del Imperio.
El primer concilio ecuménico convocado por Constantino en Nicea (325) tendrá como finalidad “disciplinar” y condenar la herejía arriana; siendo esto a la vez una demostración de poder –en la sombra- de la Iglesia y con ello además, comenzará la hostilidad discriminatoria al judío desde el mismo Estado, sancionándose las primeras leyes antijudías que irán construyendo las bases del futuro antisemitismo.
Son estos los acontecimientos relevantes y determinantes para delinear el ambiente y las tensiones previas al nacimiento de quien sería luego el último emperador no cristiano: Juliano.
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