Un sillón. Un maldito sillón de IKEA había sido mi perdición. Por culpa de aquella butaca me hallaba yo en aquella situación. ¿A quién se le ocurría robarle un sillón a un vecino? Me sorprendí a mí misma recordando de golpe el día en que me mudé. No hacía mucho de aquello, pues habían pasado tan solo unas pocas semanas ―treinta días para ser exactos―, pero cuántas cosas habían sucedido desde entonces. Si le contara a alguien que debido al hecho de que me habían robado el sillón, había terminado con una cita en un restaurante nudista con un chico al que a duras penas conocía, me había sometido a un ridículo casting para un programa infantil tan absurdo como sus disfraces e, incluso, había cuidado de un perro más grande que yo durante un día y me había comprometido a la ardua tarea de recoger sus enormes… cosas…
¿Pensáis que me creería?».
Me llamo Valentina, tengo treinta y dos años y esta es parte de mi historia.
¿Pensáis que me creería?».
Me llamo Valentina, tengo treinta y dos años y esta es parte de mi historia.