No soy un maestro de zen, solo un practicante zen laico con la ordenación de Upasaka, la cual me fue dada en el añp 2008 por Tangen Harada Roshi Sama, un maestro zen (hoy ya retirado, con 94 años de edad). La ceremonia de ordenación tuvo un parecido extraordinario con el bautismo cristiano. Allí sentados frente a él, estábamos tres personas que residíamos en aquel momento en el Templo Zen Bukkoku-ji, en Obama (Japón), a quienes Roshi Sama había pedido que acudieran a la ceremonia de Jukai, que es la puerta de entrada al budismo zen. Roshi Sama nos tocó la cabeza repetidamente con una especie de escobilla mojada en agua, al tiempo que recitaba textos antiguos en japonés.
Después de esto, los tres recibimos el rakutsu, que es el símbolo de la ordenación como upasaka. Yo ya había pasado por esta misma ceremonia con un maestro americano, llamado Bodhin Sensei, quien me había dado igualmente un rakutsu. (En aquella ocasión, yo mismo me había cosido la prenda, que representa el hábito de Buda) Cuando recibimos el rakutsu de las manos de Roshi Sama, los tres comprobamos que llevaban una bellísima caligrafía hecha por él mismo, con nuestros nombres allí dibujados. El nombre que me fue dado es Daido Shugen. Desde entonces, me siento unido al linaje de nuestro maestro, que según la tradición, llega hasta el mismo Shakyamuni Buda.
Al mismo tiempo recibimos un sobre que significa la transmisión del dharma. Los tres allí presentes recibimos la transmisión de manos del Maestro Zen, que es un documento por así decir legal. Esto no significa que tenga permiso para usarlo, en el sentido de ser yo mismo un maestro de Zen. Tal cosa jamás ha pasado por mi mente. Pero siempre pienso en ese documento como algo tangible, que me hace sentir parte de una tradición, en este caso la tradición del Zen. Y es basándome en esa realidad, que un día me puse a escribir sobre el Zen, tratando de volcar en mis pequeños libros, no mis ideas, sino mi experiencia personal. Tres de esos libros fueron ya publicados bajo el nombre genérico Una Guía Práctica hacia la Autorealización.
Esta es la cuarta parte de la citada serie Una Guía Práctica hacia la Auto Realización. Había que hablar todavía de un tema que no se había tratado suficientemente en los tres libros precedentes, que no es otro que el koan. El tema de los koans es un tema delicado. No es posible trabajar con un koan sin estar unido a un maestro de un modo serio, por lo que un libro no basta para iniciarse en la práctica. Esto hacía que considerase una y otra vez si hablar de los koans era oportuno. El hecho es que, sin hablar de ellos, esta Guía hubiese estado incompleta, por lo que he decidido escribir un cuarto libro donde se tratase, desde el punto de vista del que esto escribe, el sutil tema de los koans.
Los tres primeros capítulos, sin embargo, están dedicados al budismo tibetano, dado que fue la primera rama del budismo que practiqué, en unos tiempos en que este era apenas conocido por un puñado de personas en España. El budismo tibetano ha sido para mí un auténtico laberinto en el que no conseguí orientarme. Las enseñanzas de los lamas eran tan variadas como incomprensibles, para una mente occidental. Y sin embargo, eran enseñanzas genuinas venidas de un lugar que se había mantenido puro, debido al casi total aislamiento en que vivieron. Por tanto dedico esos tres capítulos como una guía también para aquellos que estén pensando en meterse a practicar en esa corriente del budismo, o estando ya metidos hayan encontrado problemas.
Dedico igual que en los libros precedentes, una buena cantidad de páginas a tratar de encontrar el punto de encaje entre el budismo zen y el cristianismo, por cuanto creo que, si ambos no llegan a encontrarse, como ríos que confluyen, y a mezclar sus aguas, será imposible que el buscador occidental encuentre un verdadero camino a su medida. No es posible vivir separado de las propias raíces.
Después de esto, los tres recibimos el rakutsu, que es el símbolo de la ordenación como upasaka. Yo ya había pasado por esta misma ceremonia con un maestro americano, llamado Bodhin Sensei, quien me había dado igualmente un rakutsu. (En aquella ocasión, yo mismo me había cosido la prenda, que representa el hábito de Buda) Cuando recibimos el rakutsu de las manos de Roshi Sama, los tres comprobamos que llevaban una bellísima caligrafía hecha por él mismo, con nuestros nombres allí dibujados. El nombre que me fue dado es Daido Shugen. Desde entonces, me siento unido al linaje de nuestro maestro, que según la tradición, llega hasta el mismo Shakyamuni Buda.
Al mismo tiempo recibimos un sobre que significa la transmisión del dharma. Los tres allí presentes recibimos la transmisión de manos del Maestro Zen, que es un documento por así decir legal. Esto no significa que tenga permiso para usarlo, en el sentido de ser yo mismo un maestro de Zen. Tal cosa jamás ha pasado por mi mente. Pero siempre pienso en ese documento como algo tangible, que me hace sentir parte de una tradición, en este caso la tradición del Zen. Y es basándome en esa realidad, que un día me puse a escribir sobre el Zen, tratando de volcar en mis pequeños libros, no mis ideas, sino mi experiencia personal. Tres de esos libros fueron ya publicados bajo el nombre genérico Una Guía Práctica hacia la Autorealización.
Esta es la cuarta parte de la citada serie Una Guía Práctica hacia la Auto Realización. Había que hablar todavía de un tema que no se había tratado suficientemente en los tres libros precedentes, que no es otro que el koan. El tema de los koans es un tema delicado. No es posible trabajar con un koan sin estar unido a un maestro de un modo serio, por lo que un libro no basta para iniciarse en la práctica. Esto hacía que considerase una y otra vez si hablar de los koans era oportuno. El hecho es que, sin hablar de ellos, esta Guía hubiese estado incompleta, por lo que he decidido escribir un cuarto libro donde se tratase, desde el punto de vista del que esto escribe, el sutil tema de los koans.
Los tres primeros capítulos, sin embargo, están dedicados al budismo tibetano, dado que fue la primera rama del budismo que practiqué, en unos tiempos en que este era apenas conocido por un puñado de personas en España. El budismo tibetano ha sido para mí un auténtico laberinto en el que no conseguí orientarme. Las enseñanzas de los lamas eran tan variadas como incomprensibles, para una mente occidental. Y sin embargo, eran enseñanzas genuinas venidas de un lugar que se había mantenido puro, debido al casi total aislamiento en que vivieron. Por tanto dedico esos tres capítulos como una guía también para aquellos que estén pensando en meterse a practicar en esa corriente del budismo, o estando ya metidos hayan encontrado problemas.
Dedico igual que en los libros precedentes, una buena cantidad de páginas a tratar de encontrar el punto de encaje entre el budismo zen y el cristianismo, por cuanto creo que, si ambos no llegan a encontrarse, como ríos que confluyen, y a mezclar sus aguas, será imposible que el buscador occidental encuentre un verdadero camino a su medida. No es posible vivir separado de las propias raíces.