Charles Dickens publicó este relato en el número de Navidad de 1866 de «All The Year Round», revista que había fundado y que él mismo dirigía. Sin duda en su composición influyó el grave accidente ferroviario que había sufrido un año y medio antes, a la vuelta de unas vacaciones en Francia. Ocurrió el 9 de junio de 1865, en Staplehurst (Kent): un error de señalización impidió que el maquinista recibiera un aviso adecuado de las obras de reparación de la vía férrea en un tramo en que ésta cruzaba un río. Sin tiempo suficiente para detenerse, la primera parte del tren logró cruzar el viaducto, pero el resto cayó al río. El vagón en el que viajaba Dickens fue el último que no cayó y quedó colgando del puente. El accidente se saldó con diez muertos y cuarenta heridos. Según se cuenta, tras atender a los heridos y antes de abandonar el lugar, Dickens se dio cuenta de que no llevaba consigo el manuscrito en el que había estado trabajado en las últimas semanas. Sin pensarlo dos veces, volvió al oscilante vagón y lo recuperó. (Se trataba del segundo capítulo de la 19.ª entrega de «Nuestro común amigo».) Curiosamente, Dickens murió cinco años más tarde, el día exacto en que se cumplía el aniversario de ese accidente.
Se considera que «El guardavía» es el cuento de fantasmas más famoso de Dickens. Fue escrito en un momento de gran debate en Inglaterra acerca de los sistemas de señalización y la prevención de accidentes ferroviarios. Se titula en inglés «The Signalman», que se traduce adecuadamente en castellano por «El guardavía», aunque también podría leerse de modo literalista como «El hombre de las señales». Y, en efecto, buena parte de la turbación que embarga al lector procede de esas señales que recibe el guardavía y que al concluir el relato dejan al lector preguntándose sobre su significado y sobre si proceden del narrador, el maquinista o el espectro. Sin embargo, la turbación también puede proceder de una razón menos sobrenatural y más simbólica: ¿hasta qué punto es posible leer el relato, en todo su detalle, como una advertencia de los peligros del mundo industrial y su deshumanización de la existencia? Las señales de peligro que se prodigan a lo largo de todo el relato quizá no se dirijan sólo al guardavías, sino que atravesando los casi ciento cincuenta años que nos separan de la publicación del cuento llegan incluso hasta nosotros y nuestra vida posindustrial.
¡Hjckrrh! se complace en presentar esta nueva versión de Fernando Toda Iglesia, catedrático de la Facultad de Traducción y Documentación de la Universidad de Salamanca y traductor al castellano de obras de autores como John Barbour, Robert Browning, James Joyce, Walter Scott o Edith Wharton, entre otros.
Se considera que «El guardavía» es el cuento de fantasmas más famoso de Dickens. Fue escrito en un momento de gran debate en Inglaterra acerca de los sistemas de señalización y la prevención de accidentes ferroviarios. Se titula en inglés «The Signalman», que se traduce adecuadamente en castellano por «El guardavía», aunque también podría leerse de modo literalista como «El hombre de las señales». Y, en efecto, buena parte de la turbación que embarga al lector procede de esas señales que recibe el guardavía y que al concluir el relato dejan al lector preguntándose sobre su significado y sobre si proceden del narrador, el maquinista o el espectro. Sin embargo, la turbación también puede proceder de una razón menos sobrenatural y más simbólica: ¿hasta qué punto es posible leer el relato, en todo su detalle, como una advertencia de los peligros del mundo industrial y su deshumanización de la existencia? Las señales de peligro que se prodigan a lo largo de todo el relato quizá no se dirijan sólo al guardavías, sino que atravesando los casi ciento cincuenta años que nos separan de la publicación del cuento llegan incluso hasta nosotros y nuestra vida posindustrial.
¡Hjckrrh! se complace en presentar esta nueva versión de Fernando Toda Iglesia, catedrático de la Facultad de Traducción y Documentación de la Universidad de Salamanca y traductor al castellano de obras de autores como John Barbour, Robert Browning, James Joyce, Walter Scott o Edith Wharton, entre otros.