— Omar tiene el carácter turbulento y arrogante de un bandido, y siento que día ha de llegar en que pongan precio a su cabeza — aseguró Hafsún, haciendo alusión a su primogénito.
— Tiene algo más: un corazón grande y pródigo, y un afán infinito de llevar a cabo las más grandes gestas — defendió el tío Al-Motahir —. Él no puede someterse a tu disciplina ni a la de ningún otro; pero procúrale una “causa” a la que valga la pena servir, y él se impondrá su propia disciplina. Si todas esas energías malgastadas y ese derroche de temperamento indomable los encauzase en pro de un anhelo que lo entusiasme y estimule, podríamos llegar a verlo convertido en un gran caudillo.
Y así fue. El joven musulmán hispano, arrogante y pendenciero, que secundado por una caterva de incondicionales aterrorizara un día su aldea, en los términos de Ronda, se alzó luego en armas contra los alardes de superioridad árabes, resuelto a vengar las afrentas que estos infligían tanto a los cristianos como a los musulmanes españoles.
Surge así la figura de Omar ben Hafsún, el muladí rondeño que, encastillado en Bobastro y uniendo las dispersas facciones de rebeldía surgidas frente a los dominadores de nuestra península, logró acaudillar bajo sus banderas a cristianos y musulmanes de al-Ándalus, hermanados en el s. IX frente al enemigo común, y logró hacer tambalearse el trono de los emires omeyas.
A lo largo de estas páginas viviremos las aventuras sin cuento de esta figura excepcional de nuestra historia, de quien, como del Cid, podría decirse que vio transcurrir su existencia sin apearse del caballo. Sabremos de su obsesivo amor por la esquiva Argentea; asistiremos a sus enfrentamientos con el gallardo emir Almondhir, príncipe omeya que fuera el más digno enemigo de nuestro rebelde protagonista, el adversario que mayor respeto mereció a Omar; presenciaremos las intrigas del harem, la infamia de Abdallãh, el emir fratricida, la conversión al cristianismo de Omar, la ceguera política de que diera muestras en este asunto el rey leonés Alfonso III el Magno, el genio incontestable de Abd al-Rahmãn III…
Finalmente, comprobaremos cómo en el levantisco rondeño se cumple el presagio que un anciano augur leyera en el vuelo de las aves y lo veremos convertido en adalid de la avasallada nación hispana, al que solo le faltó el nombre de rey. En la persona de Omar ben Hafsún surgió así un magno caudillo de la casta de los grandes guerrilleros hispanos, que desde Viriato no había dado otro como él, sagaz, infatigable y capaz de extraer todas sus ventajas a la estructura abrupta del país y a la psicología de sus pobladores.
— Tiene algo más: un corazón grande y pródigo, y un afán infinito de llevar a cabo las más grandes gestas — defendió el tío Al-Motahir —. Él no puede someterse a tu disciplina ni a la de ningún otro; pero procúrale una “causa” a la que valga la pena servir, y él se impondrá su propia disciplina. Si todas esas energías malgastadas y ese derroche de temperamento indomable los encauzase en pro de un anhelo que lo entusiasme y estimule, podríamos llegar a verlo convertido en un gran caudillo.
Y así fue. El joven musulmán hispano, arrogante y pendenciero, que secundado por una caterva de incondicionales aterrorizara un día su aldea, en los términos de Ronda, se alzó luego en armas contra los alardes de superioridad árabes, resuelto a vengar las afrentas que estos infligían tanto a los cristianos como a los musulmanes españoles.
Surge así la figura de Omar ben Hafsún, el muladí rondeño que, encastillado en Bobastro y uniendo las dispersas facciones de rebeldía surgidas frente a los dominadores de nuestra península, logró acaudillar bajo sus banderas a cristianos y musulmanes de al-Ándalus, hermanados en el s. IX frente al enemigo común, y logró hacer tambalearse el trono de los emires omeyas.
A lo largo de estas páginas viviremos las aventuras sin cuento de esta figura excepcional de nuestra historia, de quien, como del Cid, podría decirse que vio transcurrir su existencia sin apearse del caballo. Sabremos de su obsesivo amor por la esquiva Argentea; asistiremos a sus enfrentamientos con el gallardo emir Almondhir, príncipe omeya que fuera el más digno enemigo de nuestro rebelde protagonista, el adversario que mayor respeto mereció a Omar; presenciaremos las intrigas del harem, la infamia de Abdallãh, el emir fratricida, la conversión al cristianismo de Omar, la ceguera política de que diera muestras en este asunto el rey leonés Alfonso III el Magno, el genio incontestable de Abd al-Rahmãn III…
Finalmente, comprobaremos cómo en el levantisco rondeño se cumple el presagio que un anciano augur leyera en el vuelo de las aves y lo veremos convertido en adalid de la avasallada nación hispana, al que solo le faltó el nombre de rey. En la persona de Omar ben Hafsún surgió así un magno caudillo de la casta de los grandes guerrilleros hispanos, que desde Viriato no había dado otro como él, sagaz, infatigable y capaz de extraer todas sus ventajas a la estructura abrupta del país y a la psicología de sus pobladores.