Sinopsis
El objeto de este libro es mover a la contemplación. Los textos de los sinópticos son fantásticos para transmitir la fe de las primeras comunidades, y a través de esta fe, lograr un acercamiento fidedigno al “Jesús histórico”. También son una fuente de sabiduría —de la sabiduría verdadera, que consiste en saber vivir con sentido— y una invitación extraordinaria a creer en el Dios de Jesús. Pero, quizás, no mueven demasiado a la contemplación; bien sea porque no era ese su objeto, o bien, porque no pocas interpretaciones parenéticas de los mismos, nos muestran unos personajes esteriotipados que se prestan muy mal a la fascinación necesaria para lograr una fe adulta en Jesús...
No es nuestra intención escribir una vida de Jesús, pues los propios evangelistas dan una importancia muy relativa a los datos históricos y cronológicos de su vida. Básicamente, nos hemos limitado a seguir el evangelio de Marcos, intercalando —en los puntos que perecían adecuados— los pasajes más relevantes de los otros evangelistas. En todo momento, hemos tratado de ser consecuentes con la exégesis actual, y rigurosos con los datos históricos y geográficos de los que disponemos, aunque es de justicia decir que no hemos bebido en las fuentes, sino en los textos de unos excepcionales intérpretes de las mismas.
Sobre esta base, hemos tratado de poner personalidad a los personajes que aparecen; aunque no de forma caprichosa, sino apoyándonos en los hechos y dichos que se narran en el evangelio. Así, Santiago y Juan —los “hijos del trueno” según expresión del mismo Jesús— aparecen decididos y pendencieros; Pedro, como el fanfarrón incapaz de medir sus fuerzas, pero capaz de dar la vida por Jesús; Magdalena como la enamorada incondicional, Juana de Cusa, como mujer cultivada, sensible y reflexiva.., y así todos los demás.
Respecto a Jesús, el texto hace especial hincapié en su condición humana, y lo hace, porque tendemos a enfatizar su divinidad en detrimento de su humanidad, y eso desnaturaliza el sentido de todo. Alguien que no duda, que no se enamora, que lo sabe todo, que no sufre tentación, que no se cansa, que no se angustia.., no es un hombre verdadero. Será una divinidad disfrazada, o una deidad con apariencia de hombre, pero no un hombre verdadero.
Resumiendo, hemos tratado de ser rigurosos con los textos y la interpretación de los mismos a la luz de una exégesis actual e independiente, pero en todo lo demás, es decir, en todo aquello que no forma parte de la esencia del mensaje, hemos echado mano de la imaginación, tratando de dar una visión personal —por supuesto inventada, pero verosímil— de aquel hombre excepcional que recorrió los caminos de Palestina hace dos mil años.
El objeto de este libro es mover a la contemplación. Los textos de los sinópticos son fantásticos para transmitir la fe de las primeras comunidades, y a través de esta fe, lograr un acercamiento fidedigno al “Jesús histórico”. También son una fuente de sabiduría —de la sabiduría verdadera, que consiste en saber vivir con sentido— y una invitación extraordinaria a creer en el Dios de Jesús. Pero, quizás, no mueven demasiado a la contemplación; bien sea porque no era ese su objeto, o bien, porque no pocas interpretaciones parenéticas de los mismos, nos muestran unos personajes esteriotipados que se prestan muy mal a la fascinación necesaria para lograr una fe adulta en Jesús...
No es nuestra intención escribir una vida de Jesús, pues los propios evangelistas dan una importancia muy relativa a los datos históricos y cronológicos de su vida. Básicamente, nos hemos limitado a seguir el evangelio de Marcos, intercalando —en los puntos que perecían adecuados— los pasajes más relevantes de los otros evangelistas. En todo momento, hemos tratado de ser consecuentes con la exégesis actual, y rigurosos con los datos históricos y geográficos de los que disponemos, aunque es de justicia decir que no hemos bebido en las fuentes, sino en los textos de unos excepcionales intérpretes de las mismas.
Sobre esta base, hemos tratado de poner personalidad a los personajes que aparecen; aunque no de forma caprichosa, sino apoyándonos en los hechos y dichos que se narran en el evangelio. Así, Santiago y Juan —los “hijos del trueno” según expresión del mismo Jesús— aparecen decididos y pendencieros; Pedro, como el fanfarrón incapaz de medir sus fuerzas, pero capaz de dar la vida por Jesús; Magdalena como la enamorada incondicional, Juana de Cusa, como mujer cultivada, sensible y reflexiva.., y así todos los demás.
Respecto a Jesús, el texto hace especial hincapié en su condición humana, y lo hace, porque tendemos a enfatizar su divinidad en detrimento de su humanidad, y eso desnaturaliza el sentido de todo. Alguien que no duda, que no se enamora, que lo sabe todo, que no sufre tentación, que no se cansa, que no se angustia.., no es un hombre verdadero. Será una divinidad disfrazada, o una deidad con apariencia de hombre, pero no un hombre verdadero.
Resumiendo, hemos tratado de ser rigurosos con los textos y la interpretación de los mismos a la luz de una exégesis actual e independiente, pero en todo lo demás, es decir, en todo aquello que no forma parte de la esencia del mensaje, hemos echado mano de la imaginación, tratando de dar una visión personal —por supuesto inventada, pero verosímil— de aquel hombre excepcional que recorrió los caminos de Palestina hace dos mil años.