Comenzaba Þ clarear el dêa cuando despertï el doctor Aresti, sintiændose empujado en un hombro. Lo primero que viï fuæ el rostro de manzana seca, verdoso y arrugado de Katalií, su ama de llaves, y los dos cuernos del paíuelo que llevaba la vieja arrollado Þ las sienes.…Don Luis’ despierte. Muerto hay en el camino de Ortuella. El jues que vaya. Comenzï Þ vestirse el doctor, despuæs de largos desperezos y una rebusca lenta de sus ropas, entre los libros y revistas que, desbordÞndose de los estantes de la inmediata habitaciïn, se extendêan por su dormitorio de hombre solo. Dos mædicos tenêa Þ sus ïrdenes en el hospital de Gallarta, pero aquel dêa estaban ausentes: el uno en Bilbao con licencia; el otro en Galdames desde la noche anterior, para curar Þ varios mineros heridos por una explosiïn de dinamita. Katalií le ayudï Þ ponerse el recio gabÞn, y abriï la puerta de la calle mientras el doctor se calaba la boina y requerêa su cachaba, grueso cayado con contera de lanza, que le acompaíaba siempre en sus visitas Þ las minas
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