«El lenguaje de la política -en contra de sus propias intenciones- suele
ser impreciso y ambiguo, de ahí el riesgo de su transformación, por
pereza mental o por motivos utilitarios, en etiquetas o fórmulas
estereotipadas, en eslóganes publicitarios o simples estribillos que no
dicen nada».
Así comienza Juan José Sebreli este libro, que por un lado se inscribe
en una tradición de entomología maldita encarnada por el autor, haciendo
foco en esos males que de tan naturalizados ya no parecen males, y por
otro resulta un análisis de una rabiosa modernidad. Mirar hacia atrás
para poder mirar hacia adelante, eso hace, una vez más, Sebreli, para
detectar el modo en el que el lenguaje político se aleja de la política,
se aleja de las ideas y de los argumentos, para atrincherarse en la
vulgaridad o la demagogia, o en una jerga académica completamente
hueca.
«El malestar de la política» logra trazar un nuevo diccionario
ideológico (lo que equivale a decir que recalibra la idea misma de
«política»), una nueva normativa, a la vez que nos recuerda que el
diálogo, la discusión y la controversia son insustituibles en la
persistencia de la vida democrática.
ser impreciso y ambiguo, de ahí el riesgo de su transformación, por
pereza mental o por motivos utilitarios, en etiquetas o fórmulas
estereotipadas, en eslóganes publicitarios o simples estribillos que no
dicen nada».
Así comienza Juan José Sebreli este libro, que por un lado se inscribe
en una tradición de entomología maldita encarnada por el autor, haciendo
foco en esos males que de tan naturalizados ya no parecen males, y por
otro resulta un análisis de una rabiosa modernidad. Mirar hacia atrás
para poder mirar hacia adelante, eso hace, una vez más, Sebreli, para
detectar el modo en el que el lenguaje político se aleja de la política,
se aleja de las ideas y de los argumentos, para atrincherarse en la
vulgaridad o la demagogia, o en una jerga académica completamente
hueca.
«El malestar de la política» logra trazar un nuevo diccionario
ideológico (lo que equivale a decir que recalibra la idea misma de
«política»), una nueva normativa, a la vez que nos recuerda que el
diálogo, la discusión y la controversia son insustituibles en la
persistencia de la vida democrática.