“El Manifiesto” narra la historia (en primera persona) de un hombre de unos 40 años –lector profesional en una modesta editorial– que reside en la ciudad de Metroárea y se presenta como un ejemplo de civismo en su relación con el entorno. Sin embargo, el progresivo deterioro del contexto social, ético, político y económico en el que vive, activa en él un proceso de cambio, tanto en lo personal –volviéndose más hostil y agresivo hacia el resto de ciudadanos– como en su visión del mundo, que se torna pesimista y crítica hasta el exceso.
Al tomar conciencia de la metamorfosis que está experimentando –ejemplificada en distintas situaciones cotidianas que van desde lo ridículo hasta lo grotesco, todas ellas impregnadas por el humor negro–, nuestro protagonista decide iniciar una especie de terapia a través de la escritura, con la elaboración de un panfleto en el que teoriza sobre la necesidad de responder a los agravios que los “buenos ciudadanos” llevan años soportando por parte de una sociedad hipertecnológica, autista e insensible que permanece anestesiada ante la manipulación del aparato del Estado con la complicidad de unos medios de comunicación al servicio de los poderes económicos.
En definitiva, una novela en la que el humor negro, las situaciones surrealistas, la crítica desmesurada al modo de vida occidental y postmoderno, y el desprecio por las nuevas tecnologías de la comunicación –causantes del fin de las relaciones interpersonales en el plano real en favor de la virtualización de las mismas– son los ingredientes que podrá saborear el lector.
“Hubo un tiempo en el que fui un buen ciudadano, un ser dispuesto a agradar al resto, a respetar a mis congéneres, a ser cortés y educado en el trato con todos aquellos que compartimos el espacio público, que vivimos en esta ciudad cada vez más hostil. Mi historia es la culminación de un proceso degenerativo, de una metamorfosis que termina transformándome en un ente antisocial, un hombre que ha perdido la capacidad para generar empatía con cualquiera de los hijos autistas de esta megalópolis. Ese proceso de autodestrucción sólo podía redimirme a través del pensamiento hecho palabra y la palabra transmutada en hecho, en acción”.
Al tomar conciencia de la metamorfosis que está experimentando –ejemplificada en distintas situaciones cotidianas que van desde lo ridículo hasta lo grotesco, todas ellas impregnadas por el humor negro–, nuestro protagonista decide iniciar una especie de terapia a través de la escritura, con la elaboración de un panfleto en el que teoriza sobre la necesidad de responder a los agravios que los “buenos ciudadanos” llevan años soportando por parte de una sociedad hipertecnológica, autista e insensible que permanece anestesiada ante la manipulación del aparato del Estado con la complicidad de unos medios de comunicación al servicio de los poderes económicos.
En definitiva, una novela en la que el humor negro, las situaciones surrealistas, la crítica desmesurada al modo de vida occidental y postmoderno, y el desprecio por las nuevas tecnologías de la comunicación –causantes del fin de las relaciones interpersonales en el plano real en favor de la virtualización de las mismas– son los ingredientes que podrá saborear el lector.
“Hubo un tiempo en el que fui un buen ciudadano, un ser dispuesto a agradar al resto, a respetar a mis congéneres, a ser cortés y educado en el trato con todos aquellos que compartimos el espacio público, que vivimos en esta ciudad cada vez más hostil. Mi historia es la culminación de un proceso degenerativo, de una metamorfosis que termina transformándome en un ente antisocial, un hombre que ha perdido la capacidad para generar empatía con cualquiera de los hijos autistas de esta megalópolis. Ese proceso de autodestrucción sólo podía redimirme a través del pensamiento hecho palabra y la palabra transmutada en hecho, en acción”.
