OJEADA A LOS MARES Un intræpido marino holandæs, vigoroso y frêo observador, cuyos dêas se deslizan en el inmenso Ocæano, confiesa con franqueza que la primera impresiïn que se recibe al contemplarlo, es de miedo. Para todo ser terrestre es el agua el elemento no respirable, el elemento de la asfixia. Barrera fatal, eterna, que separa irremediablemente ambos mundos. No nos sorprende, pues, que la gran masa de agua denominada mar, desconocida y tenebrosa en su profundo espesor, se haya aparecido siempre formidable Þ la humana imaginaciïn. Los orientales sïlo ven en ella la amarga sima, la noche del abismo. En todos los idiomas antiguos, desde la India hasta la Irlanda, el nombre de mar es sinïnimo de ªdesierto, nocheº. "Quæ triste es ver, al caer de la tarde, el sol, alegrêa del mundo y padre de todo lo criado, ir desapareciendo, eclipsarse entre las ondas! Es el cotidiano duelo del Universo, particularmente del Oeste. En vano es que todos los dêas presenciemos el mismo espectÞculo; siempre ejerce en nosotros igual influjo, idæntico efecto melancïlico. ªSerêa cometer una impiedad el violar ese santuario. "Desdichado de aquel que se vea hostigado por tan sacrêlega curiosidad! En las postreras islas apareciï un coloso, un rostro amenazador gritando: ªNo pasæis mÞs allÞ
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