“Cien años de soledad”, de García Márquez, es, entre otras cosas, una alegoría alquímica. Uno de los personajes de “Abadón el exterminador”, de Ernesto Sábato, pregunta a otro: “¿no has leído a Fulcanelli? Pues tienes que hacerlo”. Y considerando que tal vez estuviera hablando por boca de ganso en nombre de una autoridad textual más elevada, me lancé yo mismo a la lectura de ese misterioso escritor, personaje o entidad, autor de obras publicadas tan espaciadamente que no pueden ser abarcadas por la vida de una persona y cuya identidad real ha sido atribuida a diversos personajes relevantes del siglo XIX. La primera de las cuales que cayó en mis manos, “El misterio de las catedrales”, va indagando y poniendo de manifiesto el modo particular en que Occidente asimiló el corpus de saber arcaico que constituye el fundamento del pensamiento constructor de todas las sociedades humanas, forjadas a lo largo del espacio y de la historia, acumulado en edades primitivas. Todo ello plasmado en esas fabulosas biblias de piedra.
Fulcanelli, como todo buen ocultista, no revela todo en cada una de las partes de la estructura cambiante y movible de sus trabajos, pero lo que vela en una, lo desvela en otra, continuando así en una suerte de espectáculo de sombras chinescas, hecho de luz y oscuridad alternadas, debiendo el lector recolectar con paciencia y discernimiento, aquí y allá, la brizna de hierba destinada a esclarecer su mente, reveladora de una entera cosmogonía, dejando de lado el montón de heno cuya única vocación es la de pudrirse.
Fulcanelli, como todo buen ocultista, no revela todo en cada una de las partes de la estructura cambiante y movible de sus trabajos, pero lo que vela en una, lo desvela en otra, continuando así en una suerte de espectáculo de sombras chinescas, hecho de luz y oscuridad alternadas, debiendo el lector recolectar con paciencia y discernimiento, aquí y allá, la brizna de hierba destinada a esclarecer su mente, reveladora de una entera cosmogonía, dejando de lado el montón de heno cuya única vocación es la de pudrirse.