EL OCASO DE UN IMPERIO, es el resultado del entusiasmo compartido del autor en su paso por el Museo de la Nación del Perú y su amistad con el Dr. Fernando Cabieses, quien pone en sus manos, crónicas y libros que da origen a muchas horas de conversaciones y polémicas con estudiosos vinculados con el museo.
El desaparecido Dr. Arturo Jiménez Borja, quien también fuera director del Museo de la Nación, le aportó sobre hechos históricos pré-colombinos, que alimentaron y fueron tomando forma en la imaginación de Alberto Herrera.
La limitación obligada por la ciencia, al exigir la exactitud de la comprobación, produce una reacción de desborde imaginativo, de quien no puede contentarse con datos, documentos, referencias y descripciones hieráticas. Este ejercicio se convirtió en una forma apasionante de ligar y darle forma a los grandes vacíos de nuestra historia pré-hispánica. Es así, que tomando como base creativa la obra de Cabieses, emprende la tarea de darles vida a estos personajes que solo existen en las crónicas y que de ellos solo hemos podido conocer a través de sus monumentos y vestigios guardados en museos. Ya Cabieses había novelado hechos que impresionaron y fueron tomados por Herrera. La imaginación del dramaturgo conjuga los datos históricos con el arte de Talía, lo que le da pie para desarrollar una visión diferente de ese período traumático de la historia peruana proporcionándole el material necesario para convertir todo ello en un espectáculo teatral.
Es así como se replantea la historia oficial en una forma diferente enfocando lo que ocurrió en el Imperio Incaico, con los hechos vistos desde otro ángulo. Quizás el ángulo controvertido, polémico, pero real de la historia. Una visión con la que me identifiqué desde que Alberto me relataba algunas escenas ya terminadas de su obra.
A mi entender ahí reside el interés principal de pieza teatral. Muestra los usos y costumbres de un pueblo del que poco sabe el mundo y que por efecto del mestizaje su cultura se mimetizó con la simbología y creencias europeas, teniendo su mejor manifestación en las danzas y leyendas que han sobrevivido a los embates del tiempo y la presión cultural foránea. De esta forma velada nos transportan a esa cosmogonía andina difícilmente comprendida por el hombre occidental, “civilizado” de nuestros días. Es de los arqueólogos e historiadores, investigadores herederos de ese legado, de donde el dramaturgo se nutre y da vida a esta obra que estoy seguro marcará un hito en la comprensión de nuestra historia antigua. En esta pieza teatral los personajes pierden la rigidez del incunable, para asumir un objetivo: “Queremos con esta obra –dice el autor— terminar con la imagen estupidizada que se ha dado a nuestros héroes pré-colombinos en mucha producciones extranjeras de cine o televisión”; y es que estas han respondido siempre a información fragmentada, o intencionalmente distorsionada. Y aunque resulta difícil ponerse en la mentalidad del hombre andino de esa época, Alberto reconstruye y da vida a un periodo controversial y difícil de comprender.
Alberto Wurst
El desaparecido Dr. Arturo Jiménez Borja, quien también fuera director del Museo de la Nación, le aportó sobre hechos históricos pré-colombinos, que alimentaron y fueron tomando forma en la imaginación de Alberto Herrera.
La limitación obligada por la ciencia, al exigir la exactitud de la comprobación, produce una reacción de desborde imaginativo, de quien no puede contentarse con datos, documentos, referencias y descripciones hieráticas. Este ejercicio se convirtió en una forma apasionante de ligar y darle forma a los grandes vacíos de nuestra historia pré-hispánica. Es así, que tomando como base creativa la obra de Cabieses, emprende la tarea de darles vida a estos personajes que solo existen en las crónicas y que de ellos solo hemos podido conocer a través de sus monumentos y vestigios guardados en museos. Ya Cabieses había novelado hechos que impresionaron y fueron tomados por Herrera. La imaginación del dramaturgo conjuga los datos históricos con el arte de Talía, lo que le da pie para desarrollar una visión diferente de ese período traumático de la historia peruana proporcionándole el material necesario para convertir todo ello en un espectáculo teatral.
Es así como se replantea la historia oficial en una forma diferente enfocando lo que ocurrió en el Imperio Incaico, con los hechos vistos desde otro ángulo. Quizás el ángulo controvertido, polémico, pero real de la historia. Una visión con la que me identifiqué desde que Alberto me relataba algunas escenas ya terminadas de su obra.
A mi entender ahí reside el interés principal de pieza teatral. Muestra los usos y costumbres de un pueblo del que poco sabe el mundo y que por efecto del mestizaje su cultura se mimetizó con la simbología y creencias europeas, teniendo su mejor manifestación en las danzas y leyendas que han sobrevivido a los embates del tiempo y la presión cultural foránea. De esta forma velada nos transportan a esa cosmogonía andina difícilmente comprendida por el hombre occidental, “civilizado” de nuestros días. Es de los arqueólogos e historiadores, investigadores herederos de ese legado, de donde el dramaturgo se nutre y da vida a esta obra que estoy seguro marcará un hito en la comprensión de nuestra historia antigua. En esta pieza teatral los personajes pierden la rigidez del incunable, para asumir un objetivo: “Queremos con esta obra –dice el autor— terminar con la imagen estupidizada que se ha dado a nuestros héroes pré-colombinos en mucha producciones extranjeras de cine o televisión”; y es que estas han respondido siempre a información fragmentada, o intencionalmente distorsionada. Y aunque resulta difícil ponerse en la mentalidad del hombre andino de esa época, Alberto reconstruye y da vida a un periodo controversial y difícil de comprender.
Alberto Wurst
