De niño yo quería ser Rimbaud, aquel infante terrible que compuso versos en latín con sólo doce años, que combatió en las barricadas de la Comuna de París y que anduvo viviendo todo tipo de aventuras con Verlaine; para terminar convirtiéndose en un nómada, traficante de armas (y de esclavos), en Etiopía.
Como la libertad no era de este mundo y un profesor de Literatura me enseñó en las carnes de Alejandro Sawa que la bohemia sólo está bien para los ricos, ya que la bohemia romántica, según me dijo, siempre termina convirtiéndose en bohemia trágica, decidí que lo mejor para mí sería seguir los pasos de un poeta sedentario, todo lo contrario a Rimbaud: Mallarmé, el profesor que andaba en sus clases corrigiendo sus poemas y que nunca se movió de su casa de París, una laboriosa hormiga de los versos.
Como la libertad no era de este mundo y un profesor de Literatura me enseñó en las carnes de Alejandro Sawa que la bohemia sólo está bien para los ricos, ya que la bohemia romántica, según me dijo, siempre termina convirtiéndose en bohemia trágica, decidí que lo mejor para mí sería seguir los pasos de un poeta sedentario, todo lo contrario a Rimbaud: Mallarmé, el profesor que andaba en sus clases corrigiendo sus poemas y que nunca se movió de su casa de París, una laboriosa hormiga de los versos.