En el país de las últimas cosas todo tiende al caos, los edificios y las calles desaparecen, y no hay nacimientos. La existencia se reduce a la mera supervivencia de vidas miserables sin «ni siquiera la esperanza de recuperar la esperanza». Anna Blume cuenta en una larga carta su paso por la ciudad, en busca de su hermano desaparecido, y su afán por vivir, a pesar de todo, en este ambiente devastado del final de la civilización.
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