El Perfecto Demócrata, aborda con esa particularidad propia de la facundia narrativa del hombre del Caribe, la temática que tanta preocupación ha generado en los círculos políticos y sociales del país en las tres últimas décadas. Se escenifica en un contexto pueblerino, que puede ser cualquier rincón del Caribe Colombiano, en algunos casos, con la exuberancia casi barroca de la narración, que nos va llevando por los vericuetos de un fenómeno que ha conmovido los cimientos de nuestra sociedad. Y es que Miguel Ángel Castilla, su autor, con la agudeza del periodista, desenmascara una forma de caciquismo hirsuto y decadente, que coloca en evidencia la implantación de antiguos esquemas feudales que sobreviven en sectores pobres de Colombia y muchos países latinoamericanos, abonados por el humus de la ignorancia que incluso fetichiza a sus propios verdugos. El abordaje temático y la secuencia narrativa, hacen de El Perfecto Demócrata un tratado sobre el mal gobierno, la corrupción y la mala política, característica de nuestros entes territoriales, en donde un régimen unitario y ultra centralista, reafirma la desarticulación de un Estado ausente. La novela es también el reflejo de una sociedad atosigada por su baja temperatura moral, que se ha vuelto anémica y como carcomida por el cáncer de la aberración axiológica y la distorsión de todos sus valores; ello la ha permeado en lo más profundo de su ser, y por eso idealiza el mal ejemplo como paradigma digno de imitación, en donde los valores que dignifican la existencia y la naturaleza humana, aparecen como estorbos contra los cuales hay que luchar sin tregua. Con la sutileza propia de quien conoce a fondo el alma colectiva, Castilla Camargo escruta sutilmente los estereotipos sociales, los prototipos mentales, las formas de pensamiento, las posturas y actuaciones colectivas de los actores armados, de la dirigencia política, de los caciques populares y de toda esa fauna compleja de actores que conforman el sainete social de nuestros pueblos. Y en esta perspectiva, la estructura global de la obra denuncia con toda su perversión las condiciones de atraso estructural, subdesarrollo y marginalidad. No obstante que la obra es replicable a cualquier contexto latinoamericano o tercermundista. El análisis minucioso de cada escena, propio del estilo periodístico de quien vivió como actor los avatares del paramilitarismo y la parapolítica en sus momentos más álgidos y cruentos, padeciendo inclusive en su integridad profesional la intimidación, le permitieron al autor realizar una valoración más objetiva y vivencial de la forma de proceder de los actores principales, bien actuando como víctimas o bien como victimarios, los unos, cosificados, alienados y apabullados por el terror, y los otros, agazapados en los más bajos niveles de postración y degradación humana jamás imaginables en las peores épocas de crueldad y de barbarie. Los códigos secretos de una guerra absurda, la sensación de indefensión absoluta, la percepción de un camino sin retorno, la sensación de un fatalismo determinista que encuentra en la conformidad su mejor abono, la complicidad de quienes tienen la responsabilidad de la salvaguarda de la sociedad, el oportunismo y la ambigüedad moral de quienes deberían asumir una actitud comprometida, ratifican en la obra y en la realidad la prevalencia de un modelo inicuo de desarraigo mental, castración de la racionalidad y amedrentamiento de la voluntad colectiva que hipoteca las libertades en un medio en donde el hombre pierde toda opción de afirmar su identidad como ser humano. El Perfecto Demócrata se constituye de esa manera, en una obra para la memoria, que ayudará a las futuras generaciones a comprender desde la literatura, uno de los episodios más tristes y opacos de la historia de Colombia, ésta nación que a lo largo del tiempo, no ha hecho más que luchar contra sus propios fantasmas.
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