los raséndil, y dos palabras acerca de los elsberg —¡Pero cuándo llegará el día que hagas algo de provecho, Rodolfo!—exclamó la mujer de mi hermano. —Mi querida Rosa—repliqué, soltando la cucharilla de que me servía para despachar un huevo,—¿de dónde sacas tú que yo deba hacer cosa alguna, sea o no de provecho? Mi situación es desahogada; poseo una renta casi suficiente para mis gastos (porque sabido es que nadie considera la renta propia como del todo suficiente); gozo de una posición social envidiable: hermano de lord Burlesdón y cuñado de la encantadora Condesa, su esposa. ¿No te parece bastante? —Veintinueve años tienes, y no has hecho más que... —¿Pasar el tiempo? Es verdad. Pero en mi familia no necesitamos hacer otra cosa
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