Permitidme que os presente las rosas de este librito para introducir en vuestro corazón y en vuestra boca las verdades que en él se exponen sencillamente y sin aparato.
A Vosotros, pobres pecadores y pecadoras, un pecador mayor todavía os ofrece esta rosa enrojecida con la Sangre de Jesucristo, para haceros florecer y para salvaros. Los impíos y los pecadores impenientes claman todos los días: "Coronemus nos rosis" : Coronémonos de rosas. Cantemos también nosotros, coronémonos con las rosas del Santo Rosario.
¡Ah, qué diferentes son sus rosas de las nuestras! Son las rosas de ellos sus placeres carnales, sus vanos honores y sus riquezas perecederas, que muy pronto se marchitarán y perecerán; mas las nuestras (nuestros padrenuestros y avemarías bien dichos, junto con nuestras obras de penitencia) no se marchitarán ni pasarán jamás y su resplandor brillará de aquí a cien mil años como al presente.
Las pretendidas rosas de ellos no tienen sino la apariencia de tales, en realidad no son otra cosa que espinas punzantes durante la vida por los remordimientos de conciencia, que los atormentarán en la hora de la muerte (con el arrepentimiento) y los quemarán durante toda la eternidad, por la rabia y la desesperación.
A Vosotros, pobres pecadores y pecadoras, un pecador mayor todavía os ofrece esta rosa enrojecida con la Sangre de Jesucristo, para haceros florecer y para salvaros. Los impíos y los pecadores impenientes claman todos los días: "Coronemus nos rosis" : Coronémonos de rosas. Cantemos también nosotros, coronémonos con las rosas del Santo Rosario.
¡Ah, qué diferentes son sus rosas de las nuestras! Son las rosas de ellos sus placeres carnales, sus vanos honores y sus riquezas perecederas, que muy pronto se marchitarán y perecerán; mas las nuestras (nuestros padrenuestros y avemarías bien dichos, junto con nuestras obras de penitencia) no se marchitarán ni pasarán jamás y su resplandor brillará de aquí a cien mil años como al presente.
Las pretendidas rosas de ellos no tienen sino la apariencia de tales, en realidad no son otra cosa que espinas punzantes durante la vida por los remordimientos de conciencia, que los atormentarán en la hora de la muerte (con el arrepentimiento) y los quemarán durante toda la eternidad, por la rabia y la desesperación.