¿Qué significa que un régimen político se vuelva totalitario? ¿Cuándo empieza a hablarse de totalitarismo, y por qué? ¿Podemos tratar el fenómeno totalitario como un trágico episodio del siglo que apenas acaba de terminar, o es algo más complejo que un simple paréntesis histórico? ¿Qué fantasmas totalitarios inquietan todavía nuestro tiempo?
Este libro pretende dar respuesta a estas preguntas recuperando no sólo la historia del concepto, sino intentando esclarecer las razones, los enfrentamientos y las polémicas que han animado los debates sobre el totalitarismo. Además de tener en cuenta las teorías politológicas y las discusiones históricas, se concede una atención preferente a la reflexión filosófica. Pensar filosóficamente el concepto de totalitarismo ayuda a revisar algunas antítesis consolidadas que oponen frontalmente democracia y totalitarismo.
Esta obra nos invita a formular un sinfín de preguntas sobre la época democrática: las posibilidades que ha abierto, los vacíos que deja, los mecanismos que activa, la "servidumbre voluntaria" que produce. Porque el totalitarismo no puede considerarse una amenaza que pesa desde el exterior sobre la democracia. Es, más bien, una de las posibles respuestas a aquellas cuestiones planteadas por la modernidad que las democracias no han conseguido solucionar.
Este libro pretende dar respuesta a estas preguntas recuperando no sólo la historia del concepto, sino intentando esclarecer las razones, los enfrentamientos y las polémicas que han animado los debates sobre el totalitarismo. Además de tener en cuenta las teorías politológicas y las discusiones históricas, se concede una atención preferente a la reflexión filosófica. Pensar filosóficamente el concepto de totalitarismo ayuda a revisar algunas antítesis consolidadas que oponen frontalmente democracia y totalitarismo.
Esta obra nos invita a formular un sinfín de preguntas sobre la época democrática: las posibilidades que ha abierto, los vacíos que deja, los mecanismos que activa, la "servidumbre voluntaria" que produce. Porque el totalitarismo no puede considerarse una amenaza que pesa desde el exterior sobre la democracia. Es, más bien, una de las posibles respuestas a aquellas cuestiones planteadas por la modernidad que las democracias no han conseguido solucionar.