El último rabino, de Enrique de Diego (Villagrán, Segovia, 1956), es una novela, es la historia del rabí Abraham Seneor, el último de las aljamas de Castilla es la historia de la grandeza y la infamia sobre las que se construyeron las bases de un reino que a punto estuvo de desmoronarse gracias a la ineptitud de Enrique IV, un “buen hombre y pésimo monarca”. Desde Juana de Portugal, pasando por su hija la Beltraneja, o Beltranica, hasta las maniobras de Isabel y Fernando para consolidarse en el trono a sangre y fuego, no faltan en este documentado relato ninguno de los personajes de esa etapa, oscurecida por los procesos inquisitoriales fomentados por Torquemada, consejero espiritual de la reina Isabel.
No faltan en esta novela las pinceladas de picaresca, los ajetreos de alcoba, los dimes y diretes cortesanos, todo sazonado con gracia y por momentos, vuelos místicos de elevadísima altura. Los acontecimientos paralelos a la historia central son también recogidos por el autor en forma de viñetas, como los avatares sufridos por Gutenberg, inventor de la imprenta y el accidentado arribo de ésta a tierras castellanas; la guerra que, con la derrota de Boabdil, puso fin a la hegemonía de los moros y por encima de todo, la amistad que unió a Isabel de Castilla con Seneor que, pese a los beneficios que le reportaba a la empresa de la monarca, no pudo extenderse a quienes dependían en gran medida de la intervención de su rabino para ser salvados, al menos, en cuerpo físico y bienes materiales.
No faltan en esta novela las pinceladas de picaresca, los ajetreos de alcoba, los dimes y diretes cortesanos, todo sazonado con gracia y por momentos, vuelos místicos de elevadísima altura. Los acontecimientos paralelos a la historia central son también recogidos por el autor en forma de viñetas, como los avatares sufridos por Gutenberg, inventor de la imprenta y el accidentado arribo de ésta a tierras castellanas; la guerra que, con la derrota de Boabdil, puso fin a la hegemonía de los moros y por encima de todo, la amistad que unió a Isabel de Castilla con Seneor que, pese a los beneficios que le reportaba a la empresa de la monarca, no pudo extenderse a quienes dependían en gran medida de la intervención de su rabino para ser salvados, al menos, en cuerpo físico y bienes materiales.