En 2006, Ben S. Bernanke fue nombrado presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, el inesperado colofón de un viaje personal que había tenido como punto de partida un pequeño pueblo de Carolina del Sur, vivió un interludio sembrado de prestigiosos cargos académicos y parecía haber culminado con varios años de servicio en los pasillos del poder en Washington.
No hubo demasiado tiempo para celebraciones. En 2007 estalló la burbuja inmobiliaria, dejando al descubierto las vulnerabilidades escondidas del sistema financiero global y llevándolo al borde de la catástrofe. Bernanke y su equipo de la Reserva Federal tuvieron que enfrentarse a la implosión del banco de inversiones Bear Sterns, al rescate financiero del gigante de los seguros AIG y al consiguiente contagio financiero.
Como responsable del banco central estadounidense, Bernanke convivió con dos presidentes del Gobierno distintos, trabajó entre el fuego cruzado de un Congreso a la contra y aguantó la presión de una opinión pública indignada por el comportamiento de Wall Street. Al cabo, el organismo que presidía, codo a codo con el departamento del Tesoro, consiguió estabilizar el titubeante sistema financiero, evitando un derrumbe de inimaginable escala.
Un retrato excepcional, escrito desde dentro, de la forma en que la política americana y, por contagio, la mundial encararon la mayor crisis desde la Gran Depresión.
No hubo demasiado tiempo para celebraciones. En 2007 estalló la burbuja inmobiliaria, dejando al descubierto las vulnerabilidades escondidas del sistema financiero global y llevándolo al borde de la catástrofe. Bernanke y su equipo de la Reserva Federal tuvieron que enfrentarse a la implosión del banco de inversiones Bear Sterns, al rescate financiero del gigante de los seguros AIG y al consiguiente contagio financiero.
Como responsable del banco central estadounidense, Bernanke convivió con dos presidentes del Gobierno distintos, trabajó entre el fuego cruzado de un Congreso a la contra y aguantó la presión de una opinión pública indignada por el comportamiento de Wall Street. Al cabo, el organismo que presidía, codo a codo con el departamento del Tesoro, consiguió estabilizar el titubeante sistema financiero, evitando un derrumbe de inimaginable escala.
Un retrato excepcional, escrito desde dentro, de la forma en que la política americana y, por contagio, la mundial encararon la mayor crisis desde la Gran Depresión.