La precipitada muerte de Verena en El Castillo Rojo es sufrida y aceptada con dolor y resignación, aceptada por todos por la predestinación achacada al individualismo. Pero él no es cualquiera, él se enciende con la falta del perfume en su piel.
Alejandro de Varentía luchará contra sí mismo y contra su trato con La Muerte con un afán ciego e incomprensible. "Él no es un cualquiera", dijo Leonardo de Sand, el sacerdote del templo de Los Elementos, "que tiemble el mundo si su anhelo se extiende más allá, allá donde yace ahora ella"
Él no acepta la ida de Verena, él es El Caballero de La Muerte. Y su trato con la oscuridad será, en cualquier caso, una luz de esperanza ciega.
-"Oh… el amor" –susurró La Muerte con desdén. Pero no fue deje de desprecio ni indiferencia lo que sintió La Condenada, pues El Mal del Miedo avanzaba a tientas incluso por aquel ser de frías neblinas negras.
Alejandro de Varentía luchará contra sí mismo y contra su trato con La Muerte con un afán ciego e incomprensible. "Él no es un cualquiera", dijo Leonardo de Sand, el sacerdote del templo de Los Elementos, "que tiemble el mundo si su anhelo se extiende más allá, allá donde yace ahora ella"
Él no acepta la ida de Verena, él es El Caballero de La Muerte. Y su trato con la oscuridad será, en cualquier caso, una luz de esperanza ciega.
-"Oh… el amor" –susurró La Muerte con desdén. Pero no fue deje de desprecio ni indiferencia lo que sintió La Condenada, pues El Mal del Miedo avanzaba a tientas incluso por aquel ser de frías neblinas negras.