Distinguí su presencia, por todos conocida. Había ruidos de voces y de dados de cubilete; me acerqué con la velocidad habitual a la barra de la cantina e intenté hablarle con discreción para pedirle una cerveza bien fría. Antes de que yo empezara a hablar se dio la vuelta como si me dejara con la palabra en la boca en un gesto de descortesía y mala educación. Cuando inicié mi petición ya había él destapado la botella del líquido espumoso y pronto la asentó frente a mí; acto seguido me aproximó un pequeño plato de plástico con papas fritas, cacahuetes picosos y trozos de naranja. Fue entonces que...
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