En los cuentos de “En un pozo chico” sobrevuela el sinsentido de la vida, la mueca ridícula del suicidio frustrado, la fina tela de araña que es la vida, donde el mínimo aleteo de la mariposa ocasiona la debacle de la muerte. Y los engaños amorosos, la fracasada vida de la apariencia, el giro inesperado, el error que traído por la casualidad deviene en el fin de las cosas dispuestas. Sin embargo, esta descripción cirujana de la condición humana, desenfocada a veces por el convencimiento de los personajes, no hace sangre donde comienza la ruina: tras la muerte queda una sonrisa, y ésta triunfa en la narración de la dureza, de la podredumbre, del fatal destino.
Entre apariciones de muertos y personajes que ya estaban muertos en vida, Jorge desbroza la muerte como último acto de la vida, y como necesario sentido explicativo de todo lo anterior. El fin justifica el pasado. Pero no lo hace con crudezas innecesarias, no existe la vocación de una pluma herida, una escritura que supure la tristeza y desengaño del propio escritor a modo de terapia casi gratuita. Las narraciones de Jorge juegan a la sorpresa, a la sorpresa misma de la vida, con una cadencia que contiene la ironía, el chiste exquisito -ni corto ni largo-, que busca distanciamientos y sobre todo, la complicidad: esa sonrisa necesaria para sobrellevar a veces los días y las noches en compañía de la voz del autor, en el íntimo acto de la lectura, que es donde Jorge se coloca a la hora de escribir.
Entre apariciones de muertos y personajes que ya estaban muertos en vida, Jorge desbroza la muerte como último acto de la vida, y como necesario sentido explicativo de todo lo anterior. El fin justifica el pasado. Pero no lo hace con crudezas innecesarias, no existe la vocación de una pluma herida, una escritura que supure la tristeza y desengaño del propio escritor a modo de terapia casi gratuita. Las narraciones de Jorge juegan a la sorpresa, a la sorpresa misma de la vida, con una cadencia que contiene la ironía, el chiste exquisito -ni corto ni largo-, que busca distanciamientos y sobre todo, la complicidad: esa sonrisa necesaria para sobrellevar a veces los días y las noches en compañía de la voz del autor, en el íntimo acto de la lectura, que es donde Jorge se coloca a la hora de escribir.