Dolor y sufrimiento no son sinónimos: el dolor es inevitable; el sufrimiento, opcional.
Mientras que el dolor es un daño sentido conscientemente, el sufrimiento es la dramatización de ese daño que nos hace adoptar el papel de herido y nos desvía de la cruda realidad de nuestro dolor.
Enfrentarnos a nuestro dolor y entrar en él —en nuestras contracturas, nuestro miedo, nuestra angustia, nuestro atontamiento, nuestra infelicidad— nos ayuda a situarnos en el camino que conduce a la felicidad auténtica.
Enfrentarnos al dolor reduce nuestro sufrimiento; adentrarnos en él reduce aún más el sufrimiento; pasar por él acaba con el sufrimiento o, al menos, lo reduce radicalmente, aun cuando el dolor persista.
Cuanto más estrecha es la relación con nuestro dolor menos sufrimos.
Para salir de nuestro dolor tenemos que entrar en él.
Mientras que el dolor es un daño sentido conscientemente, el sufrimiento es la dramatización de ese daño que nos hace adoptar el papel de herido y nos desvía de la cruda realidad de nuestro dolor.
Enfrentarnos a nuestro dolor y entrar en él —en nuestras contracturas, nuestro miedo, nuestra angustia, nuestro atontamiento, nuestra infelicidad— nos ayuda a situarnos en el camino que conduce a la felicidad auténtica.
Enfrentarnos al dolor reduce nuestro sufrimiento; adentrarnos en él reduce aún más el sufrimiento; pasar por él acaba con el sufrimiento o, al menos, lo reduce radicalmente, aun cuando el dolor persista.
Cuanto más estrecha es la relación con nuestro dolor menos sufrimos.
Para salir de nuestro dolor tenemos que entrar en él.