Figura destacada de la Europa dieciochesca, Hume es un «ilustrado» que somete la Ilustración a la crítica de su propio instrumento y a la prueba de la razón. Situado en el gozne de dos épocas, se encuentra todavía lejos del momento en que la praxis revolucionaria iba a fundir liberalismo y democracia en moldes constitucionales.
Su pensamiento, tan preñado de trascendentes osadías, tiene a la vez los resabios conservadores propios de un estrato social que, en el seno de un país en ascenso, ve ya claramente trazado su destino de hegemonía sin ruptura. La libertad es, en ese contexto, un corolario del derecho de propiedad, y la guarda de éste lo que más comúnmente suele entenderse por «justicia». El concepto de la soberanía popular, potenciado en Norteamérica como arma contra la administración colonial y en Francia para hacer saltar los grilletes del Antiguo Régimen, no es en las Islas bandera de combate. Todo ello no impide a las aportaciones británicas ofrecérsenos en toda su prístina eficacia liberadora, la que el pensamiento liberal iba a perder, en parte, una vez concretado en el programa de clase que sirvió de plantilla a las revoluciones burguesas de finales del siglo.
El liberalismo convertido en baluarte de unas libertades codificadas, congeladas en un momento histórico, estaba condenado a desmoronarse. Su garantía de futuro es el recobro de su virtud activa, de su cualidad liberante. Si los enemigos de la libertad se han multiplicado casi tanto como los extravíos de quienes se llaman sus amigos, sólo el peregrinaje a las fuentes puede darnos el impulso y los medios para trabajar día a día en la reconstrucción de esos «fundamentos de la libertad» que han dado título a uno de los grandes libros escritos en nuestro tiempo bajo el signo de Hume.
Su pensamiento, tan preñado de trascendentes osadías, tiene a la vez los resabios conservadores propios de un estrato social que, en el seno de un país en ascenso, ve ya claramente trazado su destino de hegemonía sin ruptura. La libertad es, en ese contexto, un corolario del derecho de propiedad, y la guarda de éste lo que más comúnmente suele entenderse por «justicia». El concepto de la soberanía popular, potenciado en Norteamérica como arma contra la administración colonial y en Francia para hacer saltar los grilletes del Antiguo Régimen, no es en las Islas bandera de combate. Todo ello no impide a las aportaciones británicas ofrecérsenos en toda su prístina eficacia liberadora, la que el pensamiento liberal iba a perder, en parte, una vez concretado en el programa de clase que sirvió de plantilla a las revoluciones burguesas de finales del siglo.
El liberalismo convertido en baluarte de unas libertades codificadas, congeladas en un momento histórico, estaba condenado a desmoronarse. Su garantía de futuro es el recobro de su virtud activa, de su cualidad liberante. Si los enemigos de la libertad se han multiplicado casi tanto como los extravíos de quienes se llaman sus amigos, sólo el peregrinaje a las fuentes puede darnos el impulso y los medios para trabajar día a día en la reconstrucción de esos «fundamentos de la libertad» que han dado título a uno de los grandes libros escritos en nuestro tiempo bajo el signo de Hume.