Todo, es decir, lo que ocurre, quizás tenga que ver con algo más pedestre, más cotidiano, más ordinario, que con algo parecido a lo que nos cuentan las narrativas. Las narrativas convierten lo pedestre, lo cotidiano, lo ordinario, las miserias humanas, las pequeñeces, en grandes tramas, en grandes tragedias, en sucesos trascendentes, que cambian el decurso de la historia. Las narrativas nos han acostumbrado a enaltecer la historia, la historia universal, las historia nacionales, a encontrar en la historia de los gobiernos historias de pugnas, historias que marcan hitos; a partir de los cuales, los gobiernos cambian o adquieren otro perfil. Ciertamente, de lo más conocido son las narrativas que retoman el mito, convierten a caudillos en mito, presentando al poder con rostro y perfil personal, un poder encarnado. Sin embargo, este es el mundo como representación; este es el mundo configurado por las narrativas, por las representaciones, por la “ideología”, por el mito, por la historia. Quizás es conveniente salir de estas tramas para poder visualizar el mundo efectivo.
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