Si había un velo que descorrer, la lectura desprovista de los prejuicios de una tradición filosófica o estética particular (de una historia nacional o, como hoy la denominaríamos, institucional del conocimiento y el arte) podrá hacerlo con más ventaja que una interpretación estrictamente hermenéutica, con su insistencia en la circular ética comunicativa: la insistencia de Schleiermacher en hacer depender la estética de la existencia de un mundo del arte donde se expresa el sentimiento no resultará extraña a los contemporáneos de Danto y su Artworld o de los teóricos de la representación como Wolheim. En un mundo del arte que no puede ser distinto del mundo de los lectores, el enunciado de que todos los hombres son (ética, libremente) artistas equivale a garantizar la existencia misma del arte como una producción común, lo que aún no significa que todas las producciones de los hombres sean obras de arte. El trascendentalismo überästhetisches de Schleiermacher delimita, en realidad, un mundo. Más allá de este significado ético de la estética se encuentra, verdaderamente, otro mundo.
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