La ética aristotélica es elitista, pues aspira a la plenitud o excelencia de las mejores facultades humanas, que se identifican con la actividad intelectual o contemplativa propia de la razón, la parte divina del hombre.
Al margen de la obra teorética sobre cuestiones de ciencias naturales y de metafísica, Aristóteles escribió varios tratados de filosofía práctica, entre los que destacan sus dos éticas, que, lejos de consistir en un conjunto de normas para el correcto comportamiento, reflexionan a partir de la tradición filosófica acerca de qué es una vida humana plena y cómo se puede alcanzar. Se apartan, pues, de toda casuística moral, así como de los planteamientos propios de los modernos libros de autoayuda encaminados a obtener un estado de felicidad y de bienestar. Su propósito de realizar la excelencia humana consiste en mantener una actividad adecuada de las mejores facultades del hombre, y es en este contexto en el que se analizan virtudes como el coraje, la generosidad y la equidad, así como las tareas intelectuales del conocimiento y el juicio adecuado o sabiduría práctica, y las relaciones con los otros, especialmente la amistad (sin la cual la vida no merecería la pena).
La parte divina del ser humano, dice Aristóteles, la que lo distingue de las bestias, es la razón, por eso todos los bienes materiales, morales y de amistad se valoran según si favorecen la actividad intelectual y la contemplación. Esta concepción acerca de la excelencia humana se complementa con la tesis aristotélica de que el hombre es un «animal político», es decir que necesita vivir en compañía de sus semejantes no sólo para satisfacer las necesidades materiales sino para compartir con ellos objetivos de índole social y moral, lo que engarza las Éticas con la Política.
El principal de estos escritos es la Ética a Nicómaco, selección realizada por su hijo a partir de las notas que el autor utilizaba para sus lecciones en el Liceo. Esta obra aborda, por primera vez en la literatura universal, la ética como rama filosófica independiente.
Al margen de la obra teorética sobre cuestiones de ciencias naturales y de metafísica, Aristóteles escribió varios tratados de filosofía práctica, entre los que destacan sus dos éticas, que, lejos de consistir en un conjunto de normas para el correcto comportamiento, reflexionan a partir de la tradición filosófica acerca de qué es una vida humana plena y cómo se puede alcanzar. Se apartan, pues, de toda casuística moral, así como de los planteamientos propios de los modernos libros de autoayuda encaminados a obtener un estado de felicidad y de bienestar. Su propósito de realizar la excelencia humana consiste en mantener una actividad adecuada de las mejores facultades del hombre, y es en este contexto en el que se analizan virtudes como el coraje, la generosidad y la equidad, así como las tareas intelectuales del conocimiento y el juicio adecuado o sabiduría práctica, y las relaciones con los otros, especialmente la amistad (sin la cual la vida no merecería la pena).
La parte divina del ser humano, dice Aristóteles, la que lo distingue de las bestias, es la razón, por eso todos los bienes materiales, morales y de amistad se valoran según si favorecen la actividad intelectual y la contemplación. Esta concepción acerca de la excelencia humana se complementa con la tesis aristotélica de que el hombre es un «animal político», es decir que necesita vivir en compañía de sus semejantes no sólo para satisfacer las necesidades materiales sino para compartir con ellos objetivos de índole social y moral, lo que engarza las Éticas con la Política.
El principal de estos escritos es la Ética a Nicómaco, selección realizada por su hijo a partir de las notas que el autor utilizaba para sus lecciones en el Liceo. Esta obra aborda, por primera vez en la literatura universal, la ética como rama filosófica independiente.