El modernismo arquitectónico, inmediatamente, produce el reflejo de muchos tópicos. Algo similar se puede decir con respecto a Extremadura, e incluso a muchas partes del interior peninsular español. Las generalidades que las formas modernistas y Extremadura como región dejan entrever son, en un principio, realidades contrapuestas. El modernismo más conocido, ya sea el catalán o el art nouveau, nos traslada prontamente a la idea de esquemas compositivos imposibles y muy vistosos, líneas de difícil trazo, curvas, composiciones florales, etcétera, que confieren al conjunto donde se ubican una plasticidad muy tangible y una intención rupturista con respecto a las arquitecturas del pasado, de cuyos preceptos parten para, seguidamente, transformarlas radicalmente.
Extremadura, por el contrario, transmite la imagen de tierra sencilla, con una arquitectura tradicional poco transformada por la inexistencia casi absoluta de una clase burguesa proveniente de la industrialización y del comercio dados en España a finales del siglo XIX y principios del XX. El dinero seguía en manos de los estratos nobiliarios de antaño, que controlaban una región eminentemente agrícola y pobre, de importantes latifundios y una mano de obra poco especializada, generalmente empleada en la ganadería y la agricultura.
Las formas más visuales del modernismo, el modernisme y el art nouveau, no son, lógicamente, unas representaciones que estén en el repertorio de los arquitectos, maestros de obras o albañiles que trabajan entre 1900 y 1930 en Extremadura. El modernismo que esculpe las fachadas, sin duda el más publicitado a nivel general, pasa casi inadvertido en la región. Pero existe otro arte nuevo menos arriesgado, más asumible, el emanado de la secesión vienesa y sus diferentes derivaciones (jugendstil en Alemania, liberty en el Reino Unido e Italia), que eliminaba la profusión decorativa, no tanto la nueva fisonomía de los edificios, que popularizó sus formas, las esquematizaciones de láureas y triglifos y los vanos termales emanados de él se repitieron hasta la saciedad por todo el mundo.
Extremadura, por el contrario, transmite la imagen de tierra sencilla, con una arquitectura tradicional poco transformada por la inexistencia casi absoluta de una clase burguesa proveniente de la industrialización y del comercio dados en España a finales del siglo XIX y principios del XX. El dinero seguía en manos de los estratos nobiliarios de antaño, que controlaban una región eminentemente agrícola y pobre, de importantes latifundios y una mano de obra poco especializada, generalmente empleada en la ganadería y la agricultura.
Las formas más visuales del modernismo, el modernisme y el art nouveau, no son, lógicamente, unas representaciones que estén en el repertorio de los arquitectos, maestros de obras o albañiles que trabajan entre 1900 y 1930 en Extremadura. El modernismo que esculpe las fachadas, sin duda el más publicitado a nivel general, pasa casi inadvertido en la región. Pero existe otro arte nuevo menos arriesgado, más asumible, el emanado de la secesión vienesa y sus diferentes derivaciones (jugendstil en Alemania, liberty en el Reino Unido e Italia), que eliminaba la profusión decorativa, no tanto la nueva fisonomía de los edificios, que popularizó sus formas, las esquematizaciones de láureas y triglifos y los vanos termales emanados de él se repitieron hasta la saciedad por todo el mundo.