La Academia de la Lengua define en término «falacia» como fraude o mentira, asociándolo con la voluntad premeditada de engañar en provecho propio. Bajo este punto de vista, el título del presente libro, que une la falacia con la interpretación bíblica, resultaría muy fuerte, por no decir fuera de lugar. Pero la idea de «falacia», en relación al pensamiento y a la lógica, se entiende de otra manera: Un patrón de razonamiento malo pero que aparenta ser bueno, aunque contiene un error en si mismo y conduce, por tanto, la mayoría de las veces, a una conclusión falsa, pero sin que haya en ello, forzosamente, intencionalidad de parte del interprete, que más bien suele convertirse, con frecuencia, en la primera víctima de su propio engaño. En este sentido, sí cabe hablar de «falacias exegéticas» en la interpretación de la Escritura. La tan extendida como funesta costumbre de acudir a la Biblia en busca de "apoyos" a conceptos particulares previamente establecidos, en lugar de acudir en ella con mente abierta a escudriñar y descubrir la verdad, es muy antigua y está muy arraigada en la Iglesia cristiana. Ver a cristianos defendiendo todo tipo de rarezas éticas y doctrinales apoyándolas en citas bíblicas sacadas fuera de su contexto, o dando a palabras concretas de la Escritura un sentido alejado cuando no contrario al verdadero, es muy frecuente. De ahí el refrán popular advirtiéndonos que "un texto fuera de su contexto, es un pretexto". Esta actitud, tan común como equívoca y lamentable, es la que el autor denuncia y combate abiertamente en las páginas de este libro. Su tesis pivota en el hecho de que cuando dos intérpretes piadosos de la Biblia aparecen con interpretaciones incompatibles de un mismo pasaje, se hace evidente, incluso para los creyentes más sencillos y espirituales, que ambos no pueden tener razón.
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