La filosofía nació al aire libre y actualmente vuelve a las calles. Su arrinconamiento institucional, que la expulsa de escuelas y universidades, tiene como contrapartida una nueva vitalidad, un deseo colectivo de cuestionar radicalmente nuestros modos de vivir y de aprender de nuevo a pensar. La filosofía nació de la discusión, de la guerra entre ciudades y de la rivalidad entre concepciones del mundo. Hoy, otra guerra ha puesto en grave crisis nuestras formas de vida y sus presupuestos. Frente a ello, la filosofía es un pensamiento que transforma la vida. Es un sistema de conceptos pero también una actitud. La filosofía es pensamiento vivo. No ofrece fórmulas o recetas, sino que pone a cada cual en la situación de pensar sus asuntos particulares como problemas comunes. ¿Cómo vivir, cómo pensar, cómo actuar? Desde estas preguntas, la filosofía no es útil ni inútil. Es necesaria. Necesaria para la vida concreta de cada uno de nosotros y para nuestras sociedades en crisis. Hay quien piensa que la filosofía debe ser protegida y defendida como si fuera una pieza de museo o una especie en extinción. Todo lo contrario: la filosofía no puede preservarse, tiene que practicarse y exponerse. No se trata de estirar el pasado de una historia moribunda sino de abrirnos al presente de una filosofía inacabada. Filosofía inacabada para un mundo que muestra síntomas de agotamiento: éste es el principal desafío que nos interpela, a filósofos y no filósofos, hoy.
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