Dieciocho años tenía Mary Shelley cuando escribió las primeras líneas de Frankestein, una obra cuya popularidad, debida en parte al cine y al teatro, ha hecho disminuir notablemente el número de lectores, que no se deciden a leerla por considerarla harto conocida. Y sin embargo Frankestein es mucho más que la historia de un doctor un poco raro que un día creó un monstruo. Debajo de la aparente anécdota de terror, aparte los aspectos latentes de la crisis política, social y religiosa de la época, hay otra historia no menos angustiosa: la del ser monstruoso que intenta superar su deformidad por medio del lenguaje y la razón.
[Edición anotada, con presentación y apéndice]
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