Gaspar Ruiz no era, sin embargo, un desertor; su inteligencia apenas alcanzaba para medir exactamente las ventajas y los peligros de la traición. ¿Por qué había de cambiar el partido? La realidad era que estaba prisionero y padecía malos tratos y muchas privaciones. En ningún campo le enseñaron a ser tierno con los adversarios. Un día le ordenaron situarse, con otros rebeldes capturados, en la vanguardia de las tropas del rey. Le pusieron un fusil en las manos, lo aceptó y marchó: no quería morir en circunstancias tan suicidas por negarse a marchar; mas como no comprendía el heroísmo, tuvo la intención de tirar el fusil en la primera oportunidad. Entretanto, lo fue cargando y descargando, por miedo a que a la más ligera señal de repugnancia le saltase la tapa de los sesos algún oficial del rey de España...
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