Sin duda alguna este breve texto es una de las mejores pruebas de que Quevedo no solo fue uno de los grandes maestros del soneto europeo —junto a su rival Góngora, o a Shakespeare y John Donne—, sino también un autor satírico extraordinario. Escrito hacia 1622, jamás fue publicado en vida del poeta y aun después de su muerte circuló clandestinamente durante mucho tiempo como una obra anónima. El lector actual descubrirá enseguida qué irreverente sigue siendo hoy este opúsculo blasfemo y escatológico sobre la miseria y la grandeza de nuestro órgano más íntimo y recóndito.
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