Estos cuentos mínimos son una procesión de hagiografías, entradas de diccionario, noticias del paso de lo divino por nuestra tierra. Son también la prueba asombrosa de que Alberto Chimal seguramente es hijo del diablo y merece las excomuniones que ha acumulado contra su alma, pero también el cielo de nuestra risa, las indulgencias de nuestra admiración a su escritura velocísima. Alberto Chimal ha pasado de ser el más importante, el más interesante, el más divertido de nuestros escritores de ciencia ficción, a cubrir campos cada vez más amplios de lo fantástico, apropiándose otros registros para ejercer con maestría los oficios de la imaginación.
En Grey ha decidido, de heterodoxo, devenir iconoclasta, hereje y heresiarca. Y con su recorrido, demuestra que todo texto sagrado es un ejercicio de estilo, un conjunto de reglas que si se comprenden permiten el juego, el gozo, la infinita alegría de la modificación subversiva.
En este libro inclasificable se oyen, junto a las voces de la ciudad y su infinita mezcla de clases, las bibliotecas interminables de la lengua y de las lenguas, las contaminaciones abiertas de los medios más ramplones de comunicación y las profecías tronantes de un siglo nuevo de magnífica literatura.
En Grey ha decidido, de heterodoxo, devenir iconoclasta, hereje y heresiarca. Y con su recorrido, demuestra que todo texto sagrado es un ejercicio de estilo, un conjunto de reglas que si se comprenden permiten el juego, el gozo, la infinita alegría de la modificación subversiva.
En este libro inclasificable se oyen, junto a las voces de la ciudad y su infinita mezcla de clases, las bibliotecas interminables de la lengua y de las lenguas, las contaminaciones abiertas de los medios más ramplones de comunicación y las profecías tronantes de un siglo nuevo de magnífica literatura.