He pertenecido a la generación que no sabía exactamente qué rol jugar en la sociedad, una generación que acababa de indagar sus funciones en etapas de violencia, una juventud que ya no creía ser el futuro de su país, de este país. Una genera-ción que esperaba que papá y mamá le digan que hacer que no hacer con quien juntarse y con quién no, quizá por el miedo, por la rabia, por la impotencia. Una generación que supo rein-ventarse en todo sentido, para darse validez ante la sociedad, no solo en políticas públicas, sino también en argumentos de vida. Sin embargo, ésta pertenencia no pudo concretarse en un devenir de posibilidades y más bien se impregnó de incerti-dumbre. "Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas" ésta cita de Mario Benedetti la usaron varios jóvenes que trataron de insertarse en espacios políticos alternativos, ya que aquellos instituciona-lizados no brindaban el suficiente calor, la suficiente energía, la pro-activa dignidad. Es cierto, no era una juventud homogénea, eran juventudes, múltiples grupos de aspirantes que trastoca-ban las limitadas brechas entre la supervivencia y el éxito. Jó-venes con ilusiones y entusiasmo, con ganas de arrebatarle la adultez a la sociedad y ocuparse de sus asuntos; pero eso no era tan bueno después de todo, había una juventud envejecida, con alegrías maquilladas y mucha carga social pero sobretodo eco-nómica.
“¡Ah! Disfrute plenamente de la juventud mientras la posee. No despilfarre el oro de sus días escuchando a gente aburrida, tratando de redimir a los fracasa-dos sin esperanza, ni entregando su vida a los ignorantes, los anodinos y los vulgares…” (Oscar Wilde – El retrato de Dorian Gray)
Era inevitable pensar en las pasiones, en los motivos por las que esa etapa de alteración social llamada juventud se caracte-rizaba, y no era precisamente el entrometimiento en la vida
política, económica ni cultural, era más bien su moratoria sobre éstas. Pertenezco, entonces, a toda esa infinitud de pasiones desgarradas y de melancolías hacia el futuro, una juventud que pide a gritos un momento de estabilidad emocional, que no quiere obligaciones, ni compromisos, que ha entendido que las únicas razones para vivir no son suficientes para existir.
Indagar la sociología de las juventudes no es tarea fácil, hay que habernos expuesto hacia el objeto de estudio, involucrar-nos con objetivos temporales, con eventos muchas veces no cíclicos, no repetitivos. Por ser la juventud una forma de repre-sentación simbólica, ésta no escapa del factor envolvente de constreñimiento, es decir constituye un hecho social que ya no es verificable solo por estadísticas de gran volúmen, tampoco por las prescripciones teóricas de la moral institucionalizante de algunos organismos como el Estado o la Iglesia, la juventud constituye siempre una amenaza abierta a cualquier tipo de estudio; sin embargo, en el proceso histórico actual se han desarrollado categorías nuevas, que permiten adecuar una caracterización de la problemática juvenil, el presente conjunto de ensayos es una muestra de ello.
¿Somos un conjunto inexistente de emociones encontradas? ¿Somos solo una etapa biológica que evoluciona día a día? ¿Por qué existen individuaciones en medio de estas manadas pulsio-nales? ¿Seremos los hijos de la libertad de Ulrich Beck, enfren-tados ante la inminente diversidad disociadora? ¿Un conflicto generacional, un estado de lucha constante con el poder de las generaciones adultas? Ese debate se ha iniciado en nuestra ciudad y que bueno haber encontrado el espacio indicado en las líneas que componen este texto.
“¡Ah! Disfrute plenamente de la juventud mientras la posee. No despilfarre el oro de sus días escuchando a gente aburrida, tratando de redimir a los fracasa-dos sin esperanza, ni entregando su vida a los ignorantes, los anodinos y los vulgares…” (Oscar Wilde – El retrato de Dorian Gray)
Era inevitable pensar en las pasiones, en los motivos por las que esa etapa de alteración social llamada juventud se caracte-rizaba, y no era precisamente el entrometimiento en la vida
política, económica ni cultural, era más bien su moratoria sobre éstas. Pertenezco, entonces, a toda esa infinitud de pasiones desgarradas y de melancolías hacia el futuro, una juventud que pide a gritos un momento de estabilidad emocional, que no quiere obligaciones, ni compromisos, que ha entendido que las únicas razones para vivir no son suficientes para existir.
Indagar la sociología de las juventudes no es tarea fácil, hay que habernos expuesto hacia el objeto de estudio, involucrar-nos con objetivos temporales, con eventos muchas veces no cíclicos, no repetitivos. Por ser la juventud una forma de repre-sentación simbólica, ésta no escapa del factor envolvente de constreñimiento, es decir constituye un hecho social que ya no es verificable solo por estadísticas de gran volúmen, tampoco por las prescripciones teóricas de la moral institucionalizante de algunos organismos como el Estado o la Iglesia, la juventud constituye siempre una amenaza abierta a cualquier tipo de estudio; sin embargo, en el proceso histórico actual se han desarrollado categorías nuevas, que permiten adecuar una caracterización de la problemática juvenil, el presente conjunto de ensayos es una muestra de ello.
¿Somos un conjunto inexistente de emociones encontradas? ¿Somos solo una etapa biológica que evoluciona día a día? ¿Por qué existen individuaciones en medio de estas manadas pulsio-nales? ¿Seremos los hijos de la libertad de Ulrich Beck, enfren-tados ante la inminente diversidad disociadora? ¿Un conflicto generacional, un estado de lucha constante con el poder de las generaciones adultas? Ese debate se ha iniciado en nuestra ciudad y que bueno haber encontrado el espacio indicado en las líneas que componen este texto.