En esta novela filosófico-erótica (o erótico-filosófica, que tanto monta), los personajes se van encontrando y enfrentando, y se reflejan unos en los otros igual que en los espejos en los que se miran. En ocasiones, sus discursos internos se mezclan y confunden, o usurpan las labores del narrador, con el que comparten un extraño gusto por las frases extremadamente largas y complicadas, a veces predeterminadamente absurdas o ridículamente pedantes.
Apolíneos y artemisíacos unos, dionisíacos otros, los personajes evolucionan o se estancan en su posición inicial, sin conocer en ningún caso su verdadera naturaleza redentora, de sí mismos o de los otros, y sin desvelarse hasta el final que todo no es más que un ciclo del destino que se cierra, la venganza de una desilusión que fue el golpe más doloroso.
Apolíneos y artemisíacos unos, dionisíacos otros, los personajes evolucionan o se estancan en su posición inicial, sin conocer en ningún caso su verdadera naturaleza redentora, de sí mismos o de los otros, y sin desvelarse hasta el final que todo no es más que un ciclo del destino que se cierra, la venganza de una desilusión que fue el golpe más doloroso.