De cuÞles fueron los padres de Doía Juana la Loca, y las cosas que pasaban en su palacio. Don Fernando y doía Isabel, cælebres y nunca bien ponderados reyes catïlicos, ocupaban los tronos de Aragon y Castilla, dando un ejemplo de moralidad y sabidurêa Þ toda su cïrte, y siendo estimados altamente, no solo por la aristocrÞcia de su æpoca, sino tambien por todos sus söbditos. Muy agradecidos los rægios esposos Þ las muestras de cariío que estos continuamente les prodigaban, no podian menos de espresarles su reconocimiento de una manera mas loable, porque estos monarcas no se desdoraban de que cualquier vasallo hiciese parar su carruaje, aun en los sitios mas pöblicos y concurridos, para prestar atencion Þ lo que les quisiesen manifestar. No obstante de esto, siempre se ha conocido, segun los historiadores, el no faltar nunca entre los palaciegos aquellas comunes discordias y hablillas, hijas de la envidia. Ninguna prueba que caracterice mas esta verdad, que la de que hallÞndose ya en cinta la reina Isabel la Catïlica, comenzasen Þ propalar varios personajes, entre los cuales se hallaba D. Enrique de Villena, que la sucesion que esperaban no podia menos de ser bastarda; y esto lo deducian de las varias escenas que habian presenciado en palacio. Mas sin embargo de ser D. Fernando tan previsor, y de inspeccionar tanto las cosas que le eran anejas, parece que estas voces las tomï por vagas, y no se cuidï de ellas; asi es, que dichos personajes atribuian la indolencia de D. Fernando en este punto, al miedo ï al escesivo amor que profesaba Þ Doía Isabel, la cual unia Þ los vênculos de esposa, el ser nieta de su hermano. Miras particulares se llevaban el de Villena y otros en difundir por el vulgo tales voces, pero miras que mas tarde fueron descubiertas por los que mas le vendian amistad, declarando al soberano verbalmente los proyectos concebidos por ellos, y mostrÞndole por escrito la correspondencia que habian interceptado dirigida Þ D. Juan de Portugal, Þ la cual contestï inmediatamente D. Fernando por medio de su enviado de negocios, Lope de Alburquerque. No habiendo querido Don Juan de Portugal dar audiencia al enviado de Castilla, y habiændolo llegado Þ saber muy pronto D. Fernando, montï en cïlera de tal suerte, que nadie se atrevia Þ dirigirle una palabra. Procuraban aplacarle en algunos momentos de furia, pero todo era en vano; amenazaba que haria entender Þ sus contrarios lo que merece el que agravia al monarca de Castilla, y que mostraria cuÞn grandes eran sus fuerzas contra los que le enojaban. Tampoco fueron bastantes Þ aplacar su ira los ruegos de su hermano D. Pedro de Acuía, conde de Buendia, quien le protestaba no se irritase tan terriblemente, que tal vez una fraguada noticia, como podia ser, fuera el motivo del ludibrio y las imprecaciones que dirigia sin distincion de parientes y amigos. Solo Þ las amonestaciones de un personage que por respeto se calla, era Þ las que daba cabida el rey D. Fernando. Este personaje se supo grangear su cariío por su bella cualidad, que era la de todo adulador, logrando con sus palabras henchir el pecho del monarca cada dia de mayor pasion. Aun la misma reina Isabel tuvo en muchas ocasiones que valerse de este favorito para hablar con su real esposo. Estos sucesos ocurrian en el palacio de la imperial Toledo, cuando diï Þ luz la reina Isabel, el 6 de noviembre de 1479, Þ la princesa Doía Juana de Castilla, muy parecida Þ su abuela Doía Juana, esposa de D. Juan III de Aragon, segun afirma el autor de las Reinas Catïlicas
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