Yo quisiera haber escrito en los tiempos de gloria; mas pues que la fortuna, dejándoles a otros para escribir los gratísimos triunfos de los Césares, me ha traído a referir adversidades, sediciones, trabajos y muertes, en fin, una guerra como civil y sus efectos lamentables, todavía yo procuraré contar a la posteridad estos grandes acontecimientos de la edad presente con toda claridad, cuidado y observación, que aunque la materia sea triste, pueda igualar su ejemplo con las más agradables y provechosas.
Tuvo la guerra presente de España y Francia no pequeños ni ocultos motivos, públicos ya en los papeles, y más en las acciones de entrambas coronas; pero sin duda yo habré de contar por el más urgente el gran valor de una y otra nación, que no cabiendo en los términos de la templanza, desde los siglos de sus pasados reyes hasta nuestros días, resultó algunas veces en soberbias y escándalos. Ayudáronse del interés, émulos de la gloria o del dominio, que es el espíritu viviente en las venas del Estado, y ministrando la vecindad en que la Naturaleza puso estas dos famosas provincias muchas ocasiones de discordia, eso mismo, que debía servir a la amistad y alianza, era sobre lo que se fundaba la queja o injuria; de tal suerte, que ni la conformidad de religión, ni los vínculos de la sangre, ni la bondad y virtud de los príncipes, fue bastante para conformar sus ánimos ni los de sus ministros, aun contra el clamor universal de los vasallos, que, o menos informados de los resentimientos, o menos sensibles en ellos, públicamente pedían y deseaban la paz.
Propusieron conseguirla por medio de la guerra, persuadidos de otros ejemplos; y después de varios casos con que cada uno ofendía la misma justificación que mostraba querer defender, comenzó a temblar Europa de los estruendos y aparatos de armas que hacían españoles y franceses. (F. M. de Melo)
Tuvo la guerra presente de España y Francia no pequeños ni ocultos motivos, públicos ya en los papeles, y más en las acciones de entrambas coronas; pero sin duda yo habré de contar por el más urgente el gran valor de una y otra nación, que no cabiendo en los términos de la templanza, desde los siglos de sus pasados reyes hasta nuestros días, resultó algunas veces en soberbias y escándalos. Ayudáronse del interés, émulos de la gloria o del dominio, que es el espíritu viviente en las venas del Estado, y ministrando la vecindad en que la Naturaleza puso estas dos famosas provincias muchas ocasiones de discordia, eso mismo, que debía servir a la amistad y alianza, era sobre lo que se fundaba la queja o injuria; de tal suerte, que ni la conformidad de religión, ni los vínculos de la sangre, ni la bondad y virtud de los príncipes, fue bastante para conformar sus ánimos ni los de sus ministros, aun contra el clamor universal de los vasallos, que, o menos informados de los resentimientos, o menos sensibles en ellos, públicamente pedían y deseaban la paz.
Propusieron conseguirla por medio de la guerra, persuadidos de otros ejemplos; y después de varios casos con que cada uno ofendía la misma justificación que mostraba querer defender, comenzó a temblar Europa de los estruendos y aparatos de armas que hacían españoles y franceses. (F. M. de Melo)