He aquí la intención que mueve a D. Modesto Lafuente a escribir su Historia general de España:
“Si alguna comarca o porción del globo parece hecha o designada por el grande autor de la naturaleza para ser habitada por un pueblo reunido en cuerpo de nación, esta comarca, este país es la España.
Separada del continente europeo por una inmensa y formidable cadena de montañas, circuida en las dos terceras partes de su perímetro por las aguas del Océano y del Mediterráneo, diríase que el Supremo Hacedor había querido dibujar con su dedo omnipotente sus naturales límites, y que defendiéndola de Europa con el antemural de los montes Pirineos, del resto del mundo con los dos mares, se había propuesto que pudiera ser la mansión o morada de un pueblo aislado y uniforme, ni inquietador de los otros, ni por los otros inquietado.
¿Por qué serie de causas, por qué conjunto de extraños acontecimientos, trasformaciones y vicisitudes, esta parte del globo de tan demarcados términos y lindes, presenta en su historia el cuadro confuso de tantos pueblos y naciones, de tan distintos idiomas, de tan diversa y variada fisonomía en sus costumbres? ¿Cómo tan invadida ha sido siempre, y mas que otra nación alguna, por extrañas gentes? Explica en gran parte lo primero su propia topografía: el curso de la historia demostrará lo segundo: ella irá descifrando este al parecer incomprensible fenómeno, este destino excepcional del pueblo español.
Las extensas cordilleras que la cruzan, corriendo en irregulares y tortuosas direcciones, y extendiéndose y desparramándose por todo el ámbito de la Península como las arterias de un gran cuerpo, formando profundas sinuosidades, estrechas gargantas y desfiladeros, risueños y fértiles valles, anchas y dilatadas planicies, sirven como de frontera a otras tantas comarcas independientes. Dejemos a los geógrafos la descripción de todas estas ramificaciones, que asemejándose en su marcha y vicisitudes a la vida del hombre, nacen, crecen, se ostentan a las veces robustas y soberbias; a las veces abatidas y flacas, yendo a morir en el profundo lecho de unos u otros mares. Contentémonos con no olvidar esta constitución física de España, porque ella será una de las claves para explicar la diferencia de caracteres que se observa en el pueblo español, y la facilidad con que pudieron formarse dentro de su territorio distintos e independientes reinos.
Numerosas corrientes de agua se desprenden del seno de estas vastas montañas, formando las grandes vías fluviales que atraviesan y fertilizan nuestro suelo.
Así mientras las altas sierras producen en abundancia maderas de construcción y canteras de jaspes, mármoles y alabastros, en los pingües pastos de sus valles y cañadas se apacientan ganados de todas especies, que dan al hombre sustento y vestido; las llanuras y riberas le suministran con prodigalidad todo género de cereales, variedad de exquisitos vinos y de sabrosas frutas, y los mares de sus costas le surten abundosamente de pescados. Las minas de ricos metales con tal profusión derramó la Providencia en este suelo, que tomaríamos por fábulas o por brillantes hipérboles las noticias que de ellas nos dejaron los antiguos geógrafos e historiadores, si de ser verdad y no ficción no viéramos todavía en nuestros tiempos tantos y tan irrecusables testimonios. «En ningún país del mundo, decía ya Estrabón, se ha encontrado el oro, la plata, el cobre y el hierro, ni en tanta abundancia ni de tan excelente calidad como en España.» Hablannos todos los autores de aquellos apartados tiempos de montañas de plata (Argentaríus mons), de ríos que arrastraban arenas de oro; y el mismo Estrabón llama repetidas veces al Tajo Tagus aurifer, auratus Tagus, Tagus opulentísimus.
No siendo de nuestro propósito enumerar todas las producciones de este suelo privilegiado, en que parece concentrarse todos los climas y todas las temperaturas, diremos solament
(Lafuente, M., Parte primera, libro I, España primitiva, Capítulo I, Primeros pobladores)
“Si alguna comarca o porción del globo parece hecha o designada por el grande autor de la naturaleza para ser habitada por un pueblo reunido en cuerpo de nación, esta comarca, este país es la España.
Separada del continente europeo por una inmensa y formidable cadena de montañas, circuida en las dos terceras partes de su perímetro por las aguas del Océano y del Mediterráneo, diríase que el Supremo Hacedor había querido dibujar con su dedo omnipotente sus naturales límites, y que defendiéndola de Europa con el antemural de los montes Pirineos, del resto del mundo con los dos mares, se había propuesto que pudiera ser la mansión o morada de un pueblo aislado y uniforme, ni inquietador de los otros, ni por los otros inquietado.
¿Por qué serie de causas, por qué conjunto de extraños acontecimientos, trasformaciones y vicisitudes, esta parte del globo de tan demarcados términos y lindes, presenta en su historia el cuadro confuso de tantos pueblos y naciones, de tan distintos idiomas, de tan diversa y variada fisonomía en sus costumbres? ¿Cómo tan invadida ha sido siempre, y mas que otra nación alguna, por extrañas gentes? Explica en gran parte lo primero su propia topografía: el curso de la historia demostrará lo segundo: ella irá descifrando este al parecer incomprensible fenómeno, este destino excepcional del pueblo español.
Las extensas cordilleras que la cruzan, corriendo en irregulares y tortuosas direcciones, y extendiéndose y desparramándose por todo el ámbito de la Península como las arterias de un gran cuerpo, formando profundas sinuosidades, estrechas gargantas y desfiladeros, risueños y fértiles valles, anchas y dilatadas planicies, sirven como de frontera a otras tantas comarcas independientes. Dejemos a los geógrafos la descripción de todas estas ramificaciones, que asemejándose en su marcha y vicisitudes a la vida del hombre, nacen, crecen, se ostentan a las veces robustas y soberbias; a las veces abatidas y flacas, yendo a morir en el profundo lecho de unos u otros mares. Contentémonos con no olvidar esta constitución física de España, porque ella será una de las claves para explicar la diferencia de caracteres que se observa en el pueblo español, y la facilidad con que pudieron formarse dentro de su territorio distintos e independientes reinos.
Numerosas corrientes de agua se desprenden del seno de estas vastas montañas, formando las grandes vías fluviales que atraviesan y fertilizan nuestro suelo.
Así mientras las altas sierras producen en abundancia maderas de construcción y canteras de jaspes, mármoles y alabastros, en los pingües pastos de sus valles y cañadas se apacientan ganados de todas especies, que dan al hombre sustento y vestido; las llanuras y riberas le suministran con prodigalidad todo género de cereales, variedad de exquisitos vinos y de sabrosas frutas, y los mares de sus costas le surten abundosamente de pescados. Las minas de ricos metales con tal profusión derramó la Providencia en este suelo, que tomaríamos por fábulas o por brillantes hipérboles las noticias que de ellas nos dejaron los antiguos geógrafos e historiadores, si de ser verdad y no ficción no viéramos todavía en nuestros tiempos tantos y tan irrecusables testimonios. «En ningún país del mundo, decía ya Estrabón, se ha encontrado el oro, la plata, el cobre y el hierro, ni en tanta abundancia ni de tan excelente calidad como en España.» Hablannos todos los autores de aquellos apartados tiempos de montañas de plata (Argentaríus mons), de ríos que arrastraban arenas de oro; y el mismo Estrabón llama repetidas veces al Tajo Tagus aurifer, auratus Tagus, Tagus opulentísimus.
No siendo de nuestro propósito enumerar todas las producciones de este suelo privilegiado, en que parece concentrarse todos los climas y todas las temperaturas, diremos solament
(Lafuente, M., Parte primera, libro I, España primitiva, Capítulo I, Primeros pobladores)