En su “Introducción a la Edad Moderna. España al advenimiento de la casa de Austria”, presenta D. Modesto Lafuente, no sin cierta inquietud que en sus palabras se adivina, la nueva etapa en que entra España bajo la gobernación de un rey, Carlos I de España, nacido en otras tierras:
“Bien decíamos que Fernando e Isabel parecía poseer el don singular de hacer brotar del suelo español los hombres eminentes que necesitaban para sus grandes fines, y el de atraer como un imán los ingenios de otros países que más pudieran convenir a sus designios.
No se condujeron de la misma manera los dos monarcas con los grandes hombres que ilustraron y engrandecieron su reinado. Todos hallaron una constante, decidida y generosa protectora en Isabel. Murió la reina, y Fernando dejó perecer casi en la mendicidad a Colón que le había regalado un mundo; dejó morir en el destierro a Gonzalo de Córdoba que le había dado un reino, y dio no poco graves disgustos a Cisneros, los tres hombres más insignes entre los muchos hombres insignes de aquel reinado. Cisneros sobrevivió a los disgustos del Rey Católico para recibir el último golpe de la mano de su nieto.
Hasta ahora hemos asistido al grandioso espectáculo de un pueblo que se recobra, que se reorganiza, que crece, que se moraliza y se ilustra, que conquista y se ensancha, que se dilata a inmensas regiones, que domina en las tres partes del mundo, todo bajo el influjo poderoso de una reina virtuosa y prudente y de un rey astuto y político. Por una fatal combinación de circunstancias, a la benéfica y discreta reina de Castilla y al experto y sagaz monarca de Aragón, sucede en el trono de Castilla y Aragón una princesa que tiene perturbada la razón y lastimadas sus facultades mentales. Para suplir esta incapacidad intelectual, la necesidad obliga a traer a España y ceñir la múltiple corona de tantos reinos a un joven príncipe nacido en extraña tierra, y que nunca ha pisado el suelo español. Así, como dijimos en nuestro Discurso preliminar, «cuando la trabajosa restauración de ocho siglos se ha consumado, cuando España ha recobrado su ansiada independencia, cuando el fraccionamiento ha desaparecido ante la obra de la unidad, cuando una administración sabia, prudente y económica ha curado los dolores y dilapidaciones de calamitosos tiempos, cuando ha extendido su poderío del otro lado de ambos mares, posee imperios por provincias en ambos hemisferios, entonces la herencia a costa de años y de heroísmo ganada y acumulada por los Alfonsos, los Ramiros, los Garcías, los Fernandos, los Berengueres y los Jaimes, todos españoles desde Pelayo de Asturias hasta Fernando de Aragón, pasa íntegra a manos de Carlos de Austria.»
Por primera vez viene un extranjero a reinar en España, y la que era madre y señora de imperios sin límites, va a ser por muchos años como una provincia de otro imperio. España regenerada va a entrar en una nueva era social, y comienza la edad moderna.”
“Bien decíamos que Fernando e Isabel parecía poseer el don singular de hacer brotar del suelo español los hombres eminentes que necesitaban para sus grandes fines, y el de atraer como un imán los ingenios de otros países que más pudieran convenir a sus designios.
No se condujeron de la misma manera los dos monarcas con los grandes hombres que ilustraron y engrandecieron su reinado. Todos hallaron una constante, decidida y generosa protectora en Isabel. Murió la reina, y Fernando dejó perecer casi en la mendicidad a Colón que le había regalado un mundo; dejó morir en el destierro a Gonzalo de Córdoba que le había dado un reino, y dio no poco graves disgustos a Cisneros, los tres hombres más insignes entre los muchos hombres insignes de aquel reinado. Cisneros sobrevivió a los disgustos del Rey Católico para recibir el último golpe de la mano de su nieto.
Hasta ahora hemos asistido al grandioso espectáculo de un pueblo que se recobra, que se reorganiza, que crece, que se moraliza y se ilustra, que conquista y se ensancha, que se dilata a inmensas regiones, que domina en las tres partes del mundo, todo bajo el influjo poderoso de una reina virtuosa y prudente y de un rey astuto y político. Por una fatal combinación de circunstancias, a la benéfica y discreta reina de Castilla y al experto y sagaz monarca de Aragón, sucede en el trono de Castilla y Aragón una princesa que tiene perturbada la razón y lastimadas sus facultades mentales. Para suplir esta incapacidad intelectual, la necesidad obliga a traer a España y ceñir la múltiple corona de tantos reinos a un joven príncipe nacido en extraña tierra, y que nunca ha pisado el suelo español. Así, como dijimos en nuestro Discurso preliminar, «cuando la trabajosa restauración de ocho siglos se ha consumado, cuando España ha recobrado su ansiada independencia, cuando el fraccionamiento ha desaparecido ante la obra de la unidad, cuando una administración sabia, prudente y económica ha curado los dolores y dilapidaciones de calamitosos tiempos, cuando ha extendido su poderío del otro lado de ambos mares, posee imperios por provincias en ambos hemisferios, entonces la herencia a costa de años y de heroísmo ganada y acumulada por los Alfonsos, los Ramiros, los Garcías, los Fernandos, los Berengueres y los Jaimes, todos españoles desde Pelayo de Asturias hasta Fernando de Aragón, pasa íntegra a manos de Carlos de Austria.»
Por primera vez viene un extranjero a reinar en España, y la que era madre y señora de imperios sin límites, va a ser por muchos años como una provincia de otro imperio. España regenerada va a entrar en una nueva era social, y comienza la edad moderna.”