Carlos III no encontró la España en la abyección deplorable en que la halló Isabel I de Castilla, ni en el lastimoso abatimiento en que yacía cuando vino a ocupar el trono su padre Felipe V. Prendas y dotes tenía Carlos III para haber sacado la nación de aquella situación miserable, si tal hubiera sido; pero tuvo la fortuna de encontrarla ya en la vía de la regeneración y del engrandecimiento, en que su padre y su hermano la habían colocado, según al final del libro VII tuvimos cuidado de advertir. Cuando Carlos heredó el trono español no era tampoco un joven inexperto como Isabel la Católica o como el nieto de Luis XIV, sino un príncipe de edad madura, hecho a llevar corona y acostumbrado a manejar el cetro por espacio de muchos años en Parma y en las Dos Sicilias: No había quien le disputara la herencia, ni tenía que temer guerra de sucesión, como después de la muerte de Enrique IV de Castilla y de Carlos II de Austria. Circunstancias eran todas éstas que colocaban a Carlos III en favorable aptitud y ventajosa posición para consagrarse desde el principio a labrar la prosperidad de sus reinos. No es esto rebajar el merecimiento de sus actos, es definir una situación, para eslabonarla con la que le sucedió, y poder valorar convenientemente la una por la otra.
En éste como en todos los períodos históricos la condición de un pueblo depende del sistema político de los que rigen el Estado, así en lo exterior como en lo interior, cuyas dos políticas a veces marchan en acorde consonancia, a las veces puede ser tan acertada y provechosa la una como errada y funesta la otra, a las veces también prevalece en ambas un laudable acierto sin estar exentas de errores. El reinado de Carlos III es uno de aquellos en que cabe bien considerar separadamente las dos políticas, no obstante la natural cohesión que tienen siempre entre sí. Primeramente nos haremos cargo de la situación en que colocó a España relativamente a las demás potencias su sistema de política exterior, con lo cual podremos después juzgar más desembarazadamente- del estado interior de la monarquía, parte principal y la más gloriosa de este reinado.
En éste como en todos los períodos históricos la condición de un pueblo depende del sistema político de los que rigen el Estado, así en lo exterior como en lo interior, cuyas dos políticas a veces marchan en acorde consonancia, a las veces puede ser tan acertada y provechosa la una como errada y funesta la otra, a las veces también prevalece en ambas un laudable acierto sin estar exentas de errores. El reinado de Carlos III es uno de aquellos en que cabe bien considerar separadamente las dos políticas, no obstante la natural cohesión que tienen siempre entre sí. Primeramente nos haremos cargo de la situación en que colocó a España relativamente a las demás potencias su sistema de política exterior, con lo cual podremos después juzgar más desembarazadamente- del estado interior de la monarquía, parte principal y la más gloriosa de este reinado.