Los actos por medio de los cuales Fernando VII y su ministro Cea creyeron consolidar el trono de doña Isabel apoyándose casi exclusivamente en los elementos tradicionales del país, sólo componían la mitad del cimiento de robustez y de prestigio sobre el que podía fundarse el triunfo y la estabilidad de la sucesión directa. Una nación tan trabajada, tan abatida como lo estaba España por efecto de los malos gobiernos que la habían regido en los dos últimos reinados, necesitaba buscar su regeneración en reformas beneficiosas para todos los grandes intereses sociales que aun conservaban vida y se agitaban en el país.
Lejos de obedecer al elevado pensamiento de conservar los no gastados resortes del antiguo régimen, allegando otros elementos nuevos a los ya gastados, Cea comprometió en gran manera los intereses de la causa representada por María Cristina, dando, apenas hubo cerrado el rey los ojos, el manifiesto y la circular al cuerpo diplomático como programa de la nueva situación, acto que vino a ser el punto de partida de la política de la gobernadora y la llevó por los derroteros que sucesivamente debían conducir al motín soldadesco de La Granja, al ostracismo de María Cristina, al pronunciamiento de julio de 1854 y finalmente al gran sacudimiento de 1868, sucesos que por distantes que aparezcan en el orden cronológico, moralmente proceden de un mismo origen, el de la relajación del vínculo de confianza entre la dinastía y la nación, objetivo que encerraba toda la moralidad de la fecunda alianza concebida por la lealtad y el patriotismo de los buenos españoles, que se lisonjearon de estrechar para siempre en un lazo indisoluble el recuerdo de los incontestables servicios prestados por María Cristina a la causa de la libertad y la imperecedera memoria de los cruentos sacrificios hechos por la nación para salvar la corona de doña Isabel II.
Aunque el principal objeto de nuestro estudio debe limitarse a narrar los hechos que constituyen la historia del reinado de aquella poco afortunada princesa (María Cristina), es tan íntima la conexión y enlace que existen entre la situación en que Fernando VII dejaba a España y la que para su viuda creaba la lucha abierta entre los partidarios de su hija y los de su cuñado, hechos que debían conducir a la elaboración y establecimiento del moderno derecho patrio, que no cabe abordar el reinado de la hija, sin darnos cuenta de qué manera el del padre había traído la nación al estado cuyas causas y efectos están todavía pesando sobre los destinos del nieto del monarca, cuyo fallecimiento acaecido en la tarde del 29 de septiembre de 1833 inaugura la época a cuya historia vamos a dar principio. (D. Juan Valera, “Introducción” del tomo X)
Lejos de obedecer al elevado pensamiento de conservar los no gastados resortes del antiguo régimen, allegando otros elementos nuevos a los ya gastados, Cea comprometió en gran manera los intereses de la causa representada por María Cristina, dando, apenas hubo cerrado el rey los ojos, el manifiesto y la circular al cuerpo diplomático como programa de la nueva situación, acto que vino a ser el punto de partida de la política de la gobernadora y la llevó por los derroteros que sucesivamente debían conducir al motín soldadesco de La Granja, al ostracismo de María Cristina, al pronunciamiento de julio de 1854 y finalmente al gran sacudimiento de 1868, sucesos que por distantes que aparezcan en el orden cronológico, moralmente proceden de un mismo origen, el de la relajación del vínculo de confianza entre la dinastía y la nación, objetivo que encerraba toda la moralidad de la fecunda alianza concebida por la lealtad y el patriotismo de los buenos españoles, que se lisonjearon de estrechar para siempre en un lazo indisoluble el recuerdo de los incontestables servicios prestados por María Cristina a la causa de la libertad y la imperecedera memoria de los cruentos sacrificios hechos por la nación para salvar la corona de doña Isabel II.
Aunque el principal objeto de nuestro estudio debe limitarse a narrar los hechos que constituyen la historia del reinado de aquella poco afortunada princesa (María Cristina), es tan íntima la conexión y enlace que existen entre la situación en que Fernando VII dejaba a España y la que para su viuda creaba la lucha abierta entre los partidarios de su hija y los de su cuñado, hechos que debían conducir a la elaboración y establecimiento del moderno derecho patrio, que no cabe abordar el reinado de la hija, sin darnos cuenta de qué manera el del padre había traído la nación al estado cuyas causas y efectos están todavía pesando sobre los destinos del nieto del monarca, cuyo fallecimiento acaecido en la tarde del 29 de septiembre de 1833 inaugura la época a cuya historia vamos a dar principio. (D. Juan Valera, “Introducción” del tomo X)