Diferentes anónimos avisaban a Prim que se atentaba contra su vida, y se preparaba una insurrección ayudando a los republicanos algunos elementos monárquicos despechados. Despreció los avisos, desdeñó tomar precauciones para asegurar su persona, y con sólo dos ayudantes, como de costumbre, salió del Congreso a las siete de aquella noche de gran nevada, y al aproximarse la berlina que les conducía a desembocar a la calle de Alcalá por la del Turco, se acercaron tres hombres por cada lado al carruaje, rompió uno el cristal con la boca del trabuco, y diciendo a Prim prepárate que vas a morir, dispararon los seis trabucos Habíase interpuesto una berlina de plaza; bregó el cochero del general por salvar aquel obstáculo que obstruía el paso, dando latigazos a la vez sobre los grupos de asesinos, y al fin logró seguir rápidamente su carrera.
No desconoció Prim lo mortal de las heridas que recibió en el hombro y el pecho. Atendió lo primero a que Topete se encargara interinamente de la presidencia del Consejo de ministros y fuese en busca del rey a Cartagena y como no había sacrificio imposible en aquella situación. Topete, declarando que al ver herido al general Prim, sintió herida la revolución, la libertad y la honra nacional, creyó un sagrado deber, sin abdicar de sus creencias, ni retractarse de nada, sostener el voto legal de la Cámara, defender la revolución, la libertad y la sociedad e ir en busca del rey elegido por las Cortes, servir de escudo con su pecho, y responder con su vida de la del rey que se le confiaba.
Todos los partidos protestaron en la sesión del día siguiente de tan horrendo crimen, rechazando a sus infames autores; los monárquicos de todas procedencias se unieron, y los republicanos declararon que si hubieran lanzado sus huestes a la lucha en el instante de pisar el rey extranjero el suelo español, sin tener en cuenta el cambio violento operado en la situación con la inopinada desgracia del general Prim, las clases conservadoras y las indiferentes a la marcha de los acontecimientos se hubieran agrupado alrededor del trono, dando prestigio a don Amadeo.
Mortales las heridas de Prim, falleció en la noche del 30 de diciembre. ¡Levantó el trono para don Amadeo y se abrió el sepulcro para sí! Aquella misma noche se intentó por muy pocos perturbar el orden en Madrid, harto consternado por la desgracia que se acababa de experimentar, pero se restableció inmediatamente la tranquilidad, deteniéndose a algunos de los que hicieron disparos de fusil en la calle de Belén.
Del asesinato de Prim, culpa el señor García Ruiz en sus Historias, al joven Paul y Angulo. Nosotros, que quisiéramos borrar este hecho de la historia de nuestra patria, no podemos ser explícitos. No puede deducirse mucho de la voluminosa y embrollada causa que se formó; alguno de los que pudieran hacer luz fue muerto por la guardia civil, tiempo después; hasta ahora ha sido impotente la justicia para averiguarlo, y no podemos asegurar hasta qué punto será exacto el juicio de la conciencia pública.
Las Cortes honraron la memoria de Prim, pronunciando sentidos discursos los más elocuentes oradores de la Cámara.
No desconoció Prim lo mortal de las heridas que recibió en el hombro y el pecho. Atendió lo primero a que Topete se encargara interinamente de la presidencia del Consejo de ministros y fuese en busca del rey a Cartagena y como no había sacrificio imposible en aquella situación. Topete, declarando que al ver herido al general Prim, sintió herida la revolución, la libertad y la honra nacional, creyó un sagrado deber, sin abdicar de sus creencias, ni retractarse de nada, sostener el voto legal de la Cámara, defender la revolución, la libertad y la sociedad e ir en busca del rey elegido por las Cortes, servir de escudo con su pecho, y responder con su vida de la del rey que se le confiaba.
Todos los partidos protestaron en la sesión del día siguiente de tan horrendo crimen, rechazando a sus infames autores; los monárquicos de todas procedencias se unieron, y los republicanos declararon que si hubieran lanzado sus huestes a la lucha en el instante de pisar el rey extranjero el suelo español, sin tener en cuenta el cambio violento operado en la situación con la inopinada desgracia del general Prim, las clases conservadoras y las indiferentes a la marcha de los acontecimientos se hubieran agrupado alrededor del trono, dando prestigio a don Amadeo.
Mortales las heridas de Prim, falleció en la noche del 30 de diciembre. ¡Levantó el trono para don Amadeo y se abrió el sepulcro para sí! Aquella misma noche se intentó por muy pocos perturbar el orden en Madrid, harto consternado por la desgracia que se acababa de experimentar, pero se restableció inmediatamente la tranquilidad, deteniéndose a algunos de los que hicieron disparos de fusil en la calle de Belén.
Del asesinato de Prim, culpa el señor García Ruiz en sus Historias, al joven Paul y Angulo. Nosotros, que quisiéramos borrar este hecho de la historia de nuestra patria, no podemos ser explícitos. No puede deducirse mucho de la voluminosa y embrollada causa que se formó; alguno de los que pudieran hacer luz fue muerto por la guardia civil, tiempo después; hasta ahora ha sido impotente la justicia para averiguarlo, y no podemos asegurar hasta qué punto será exacto el juicio de la conciencia pública.
Las Cortes honraron la memoria de Prim, pronunciando sentidos discursos los más elocuentes oradores de la Cámara.