Ibn Idari Al-Marrakusi, un musulmán nacido tal vez en Marrakesh y que fue caid de Fez, escribió estas “Historias de Al-Ándalus” (Kitab al-bayan al-mughrib fi akhbar muluk al-andalus wa'l-maghrib (Libro de la increíble historia de los reyes de Al-Ándalus y Marruecos). En ella se propuso contar los hechos acaecidos en la antigua provincia romana llamada Mauritania Tingitana y en la Hispania de los godos desde la islamización de ambos territorios hasta comienzos del siglo XIV, cuando, según dice, se inclinó por las tertulias de los sabios y los virtuosos y la conversación con gentes de elevadas miras y alta posición, cuyas palabras embargan el ánimo e iluminan la mente y cuya falta solo puede llenarse con un buen libro.
Pero Ibn Idari Al-Marrakusi no es un historiador, sino un compilador. Es un individuo metódico que se dedica a reunir, organizar y ordenar cronológicamente un gran número de hechos del pasado de los que tuvo noticia, sin preocuparse de indagar sus causas. Entre las más de cincuenta obras que tuvo a su disposición para su tarea se cuentan la “Crónica del moro Rasis” y Ajbar Machmuâ, a las que también habían tenido acceso los cronistas cristianos.
Cuando Ibn Idari escribe el islam ha perdido ya casi toda España. Se ha hundido el dominio almohade y le ha sucedido el de los benimerines, pero con sede en Fez. Es, pues, una época de confrontación con la cristiandad, como lo fueron los siglos anteriores, por lo que ante ella se muestra solo hostilidad. El lector no debe sentir extrañeza cuando vea cómo se ensalzan los jerifaltes musulmanes y cómo se desprecia a los cristianos, a los que no suele llamarse por su nombre, sino con apelativos como “perro, infiel, politeísta, cafre, bárbaro” y otros del mismo jaez.
Pero Ibn Idari Al-Marrakusi no es un historiador, sino un compilador. Es un individuo metódico que se dedica a reunir, organizar y ordenar cronológicamente un gran número de hechos del pasado de los que tuvo noticia, sin preocuparse de indagar sus causas. Entre las más de cincuenta obras que tuvo a su disposición para su tarea se cuentan la “Crónica del moro Rasis” y Ajbar Machmuâ, a las que también habían tenido acceso los cronistas cristianos.
Cuando Ibn Idari escribe el islam ha perdido ya casi toda España. Se ha hundido el dominio almohade y le ha sucedido el de los benimerines, pero con sede en Fez. Es, pues, una época de confrontación con la cristiandad, como lo fueron los siglos anteriores, por lo que ante ella se muestra solo hostilidad. El lector no debe sentir extrañeza cuando vea cómo se ensalzan los jerifaltes musulmanes y cómo se desprecia a los cristianos, a los que no suele llamarse por su nombre, sino con apelativos como “perro, infiel, politeísta, cafre, bárbaro” y otros del mismo jaez.