Siempre he dicho que los libros deberían llevar una leyenda en la portada que advirtiera: “Leer puede ser perjudicial para la salud”. O, por lo menos, aquellos que contienen buena literatura, tal el caso de Historias de putas. Enzo Maqueira nos advierte que su libro no es ni periodístico ni producto de la ficción; pero, habida cuenta de que los escritores somos mentirosos profesionales, me permito dudar de tal afirmación. El propio autor lo hace, ya que, en la misma advertencia, nos dice que “el libro puede ser leído como una gran novela, o como un encadenamiento de cuentos”. Así es como yo lo he leído y así lo he disfrutado. Pero puede el lector leerlo como mejor le plazca: como un libro de relatos pequeños, íntimos y, tal vez (nunca lo sabremos), autobiográficos. Puede leerse como un libro de historia y permitirnos así un placentero viaje a los burdeles de la antigua Grecia, a los templos babilónicos bajo cuyo amparo se practicaba la prostitución ritual. Puede leerse, también, como un recorte de crónicas diarias a partir de las cuales se disparan pequeñas fotografías instantáneas más o menos sórdidas, más o menos pintorescas. Historias de putas, en fin, admite tantas lecturas como lectores atrape, porque, si de algo no caben dudas, es de que se trata de un libro atrapante desde el primer relato, fresco e inocente, hasta las descarnadas crónicas policiales tomadas de la prensa y que, con un oficio que recuerda al de Truman Capote, Enzo Maqueira convierte en esplendorosas y brillantes perlas negras. Federico Andahazi
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