"Ibn Zamrak: Historia de una Ambición" de G.H.Guarch cuenta en narración novelada la vida del poeta Ibn Zamrak (1333 - 1393) cuyos versos decoran las paredes de la Alhambra.
Reflejar en papel una historia – nueva y viejísima – sobre otra historia en clave de relato tiene, básicamente, dos ejes: la palabra y la imagen; lo escrito y lo visto. Cuando la memoria narra vidas y arquitecturas, laberintos extraños de lo biográfico que nos ubican en las coordenadas de la historia, debemos apostar, entre puntos y comas, por mirar al cielo azul: reflexionar sobre nuestra situación en el universo que equilibra rigor y fantasía. Es la literatura de Borges, la poesía de Valente o el cine de Fellini.
Todos estos ingredientes concurren en las narraciones literarias de G.H. Guarch.
Ibn Zamrak es la historia de una abstracción de lo universal y de una ambición. De una escalada hacia la cumbre, en donde el binomio de la miseria y de la riqueza se mezcla con los límites de la estrategia alambicada de un laberinto subjetivo, que G.H. Guarch construye con la precisa geometría de las palabras y las nostalgias de la memoria.
Aquí la Alhambra es mucho más que el telón de fondo de un escenario de fantasías; el papel del padre, contrapuesto a la humilde cultura de una madre, abre un cielo infinito – pletórico de estrellas y simbologías – al protagonista de la novela. Lo hace en modo de guión, ameno, con los destellos de un videoclip.
La continua presencia latente en este espacio, del palacio/fortaleza de la dinastía nazarí, evidencia la permeabilidad del escritor (también arquitecto), una estirpe que gobernó el reino de Granada desde 1238 a 1492. Una construcción que es/era un extenso recinto fortificado protegido por muros y torres, pero no solamente en el plano arquitectónico sino en las murallas sicológicas bien descritas en este relato.
El palacio de los monarcas y su serie de dependencias eran de por sí un gueto, que definió perfectamente Ibn Zamrak para el que este ámbito era como “una ciudad cuyo marido es el monte, el cuál está ceñido por el cinturón del río y las flores. Allí sonríen como alhajas en su garganta (...) la sabika es como una corona sobre la frente de Granada (...) y la Alhambra (¡Dios vele por ella!) es un rubí en lo alto de esa corona (...). Las lunas coronan estas diademas como aljófares de color gris”.
Ibn Zamrak, era su nombre de batalla, el abreviado, pues el verdadero traía causa de una larga y convulsa historia familiar: Abû ‘Abd Allâh Muhammad ben Yûsuf ben Muhammad ben Ahmad ben Muhammad ben Yûsuf al-‘Azorayhi. Su maestro, le entregó una joya literaria – volvemos a la geometría de la palabra y del pensamiento – aprendió de él en un ejemplar gastado del Corán, que había pasado por múltiples manos. El texto define con precisión la fisonomía del maestro Ahmad ben Zuhrí, “tuerto del ojo derecho, en el que se adivinaba una bola de cristal de color verdoso”. Aquí lo autodidacta nos lleva al damero usado con habilidad política. En el que queda claro que cada uno puede más de lo que cree que él mismo puede dar. En el que el miedo al miedo, forma parte de la intrahistoria de sus protagonistas. El autor lo analiza y lo explica con gran precisión literaria.
La muerte del padre y una suerte de Edipo con su madre lo aparta de la realidad y desde esta perspectiva subraya aún más su ambición, que se multiplica como dos espejos frente a frente. El autor lo analiza y lo explica con gran precisión literaria. La muerte, es una constante, “Temía que aquello fuese más que un relámpago en la oscuridad. Eran sólo unos pensamientos, envolventes en la fatalidad y en la muerte que nos acechaba” (De nuevo el miedo). En las murallas de la Alhambra se abrieron cinco puertas, entre ellas la de la Justicia, la de los “Siete suelos” y la de “Los picos”, que daba paso al Generalife. En este magnífico escenario, G.H. Guarch ha construido la biografía de un extraordinario personaje.