A medida que los espíritus se corrompen, a medida que una nación envejece, en razón de que la naturaleza es más estudiada, de que los prejuicios se destruyen más, hay que conocerlos mejor. Esta ley es la misma para todas las artes; no es sino avanzando que se perfecciona, que se llega a su objetivo sólo por medio del ensayo; sin duda, no habría que ir más lejos de aquellos tiempos terribles de ignorancia cuando, encorvados por los hierros religiosos, se castigaba con la muerte a quien los apreciaba, o los verdugos de la Inquisición se convertían en el precio del talento. En nuestro estado actual, partamos siempre de este principio, cuando el hombre ha sopesado todos sus frenos; cuando, con una mirada audaz, su ojo mide las barreras; cuando, como los Titanes, osa llevar hasta el cielo su mano audaz y, armado con sus pasiones, como ellos lo estaban con las lavas del Vesubio, no teme declarar la guerra a quienes lo hacían estremecerse antes; cuando sus extravíos mismos no le parecen más que errores legitimados por sus estudios, ¿no se le debe hablar con la misma energía que utiliza para conducirse? El hombre del siglo xviii, en una palabra, ¿es el mismo entonces que el del siglo XI?
Sade
Sade