CAPÍTULO I
Alex mi hermano mellizo tripulaba la embarcación con maestría. Surcábamos las aguas del Mar Caribe en busca de aventuras. Vivíamos desde hace diez años en una isla caribeña muy pequeña.
Nuestros padres ejercían la profesión de la medicina, especializados en enfermedades tropicales.
Cuando contábamos ocho años nos trasladamos a Ikawue una preciosa islita perdida entre las aguas.
Desde Escocia mi padre un terrateniente muy rico, vendió todas sus pertenencias y compró este pedacito de tierra salvaje.
Mi madre estuvo encantada con la noticia. Deseaba tanto como él investigar en el Trópico.
Con una hermosa embarcación navegamos rumbo a Ikawue. Nos llevó mucho tiempo llegar al paraíso.
Alex y yo estábamos eufóricos nunca más tendríamos que aguantar a nuestro tutor. Era un viejo cascarrabias, con una mano muy larga. A la menor oportunidad nos castigaba severamente por nuestro mal comportamiento. La verdad que un poco traviesos si que éramos. Nos solíamos burlar de él constantemente, sacándole la lengua cuando nos daba la espalda escribiendo en un pizarrín. Nos aburríamos con su cháchara sobre historia, latín, matemáticas…Solamente prestábamos atención a la geografía y las biografías de descubridores y aventureros.
Seguimos igual que entonces. Acabamos de cumplir dieciocho años y surcar los mares nos encanta.
Ahora vivimos los dos solos en nuestra isla. Desgraciadamente mis padres murieron hace tres veranos, cuando visitaron otra isla vecina y se contagiaron de fiebre amarilla. Nunca más regresaron.
-Meg. ¿Te apetece coger el timón? Hoy las aguas están tranquilas. El viento sopla a nuestro favor. ¿Te has fijado cuántas gaviotas revolotean alrededor? Seguro que por aquí hay buena pesca.
-Tomaré el timón y tú debes echar las redes al mar. Esta noche puede que cenemos pescadito asado. Últimamente no hemos tenido suerte y estoy un poco cansada de alimentarnos con frutas y vegetales.
-No te preocupes hermanita, seguro que pescamos un tiburón y tenemos para unos cuantos días. Sigue rumbo Norte acabo de divisar unas nubes en el Sur. No quisiera enfrentarme a una tormenta con esta barquichuela. Debimos coger la grande.
-Alex podemos soportar hasta un huracán. Será pequeña pero su armadura es muy resistente. Recuerda que papá siempre nos decía que esta embarcación es muy segura.
-Es cierto. Echaré el ancla a estribor y esperaremos pacientemente a llenar las redes.
-Vamos a descansar un rato. Hemos salido muy temprano antes casi de la salida del sol.
-Como quieras Meg. Unas horas dormitando nos vendrá muy bien.
En cubierta con el balanceo del barco nos quedamos dormidos.
Un fuerte estruendo nos sobresaltó. La tormenta se aproximaba.
Alex y yo recogimos las velas y las redes, algún pez nos alimentaría más tarde.
Elevamos anclas y pusimos rumbo a Ikawue.
Las olas iban aumentando de tamaño costaba manejar el timón. Alex me apartó con nerviosismo.
-Alex ya diviso la playa, gira a barlovento no vayamos a chocar contra las rocas del acantilado.
-Ayúdame Meg, la corriente es muy fuerte.
Llegamos a la costa con mucho esfuerzo y agotados.
Nos habíamos librado por muy poco de la terrible tormenta que se estaba formando.
CAPÍTULO II
Nos refugiamos lo más deprisa que pudimos en nuestra cabaña.
Aguantamos el fuerte temporal a cubierto. Pasamos la noche muy asustados, nunca habíamos soportado semejante huracán.
Abrazados, permanecimos muy callados cada uno con sus pensamientos. Creí que sería nuestro último día de vida. El vendaval nos podría arrancar el tejado y salir volando estrellándonos contra las rocas.
Alex, intentaba calmarme, pasándome la mano por mi larga melena azabache. Siempre he sido más sensible que él y desde que murieron nuestros padres cualquier situación me pone en estado de alerta.
Es curioso que seamos mellizos no nos parecemos en nada físicamente. Mi hermano es rubio con ojos negros y piel tostada. Está muy fuer
Alex mi hermano mellizo tripulaba la embarcación con maestría. Surcábamos las aguas del Mar Caribe en busca de aventuras. Vivíamos desde hace diez años en una isla caribeña muy pequeña.
Nuestros padres ejercían la profesión de la medicina, especializados en enfermedades tropicales.
Cuando contábamos ocho años nos trasladamos a Ikawue una preciosa islita perdida entre las aguas.
Desde Escocia mi padre un terrateniente muy rico, vendió todas sus pertenencias y compró este pedacito de tierra salvaje.
Mi madre estuvo encantada con la noticia. Deseaba tanto como él investigar en el Trópico.
Con una hermosa embarcación navegamos rumbo a Ikawue. Nos llevó mucho tiempo llegar al paraíso.
Alex y yo estábamos eufóricos nunca más tendríamos que aguantar a nuestro tutor. Era un viejo cascarrabias, con una mano muy larga. A la menor oportunidad nos castigaba severamente por nuestro mal comportamiento. La verdad que un poco traviesos si que éramos. Nos solíamos burlar de él constantemente, sacándole la lengua cuando nos daba la espalda escribiendo en un pizarrín. Nos aburríamos con su cháchara sobre historia, latín, matemáticas…Solamente prestábamos atención a la geografía y las biografías de descubridores y aventureros.
Seguimos igual que entonces. Acabamos de cumplir dieciocho años y surcar los mares nos encanta.
Ahora vivimos los dos solos en nuestra isla. Desgraciadamente mis padres murieron hace tres veranos, cuando visitaron otra isla vecina y se contagiaron de fiebre amarilla. Nunca más regresaron.
-Meg. ¿Te apetece coger el timón? Hoy las aguas están tranquilas. El viento sopla a nuestro favor. ¿Te has fijado cuántas gaviotas revolotean alrededor? Seguro que por aquí hay buena pesca.
-Tomaré el timón y tú debes echar las redes al mar. Esta noche puede que cenemos pescadito asado. Últimamente no hemos tenido suerte y estoy un poco cansada de alimentarnos con frutas y vegetales.
-No te preocupes hermanita, seguro que pescamos un tiburón y tenemos para unos cuantos días. Sigue rumbo Norte acabo de divisar unas nubes en el Sur. No quisiera enfrentarme a una tormenta con esta barquichuela. Debimos coger la grande.
-Alex podemos soportar hasta un huracán. Será pequeña pero su armadura es muy resistente. Recuerda que papá siempre nos decía que esta embarcación es muy segura.
-Es cierto. Echaré el ancla a estribor y esperaremos pacientemente a llenar las redes.
-Vamos a descansar un rato. Hemos salido muy temprano antes casi de la salida del sol.
-Como quieras Meg. Unas horas dormitando nos vendrá muy bien.
En cubierta con el balanceo del barco nos quedamos dormidos.
Un fuerte estruendo nos sobresaltó. La tormenta se aproximaba.
Alex y yo recogimos las velas y las redes, algún pez nos alimentaría más tarde.
Elevamos anclas y pusimos rumbo a Ikawue.
Las olas iban aumentando de tamaño costaba manejar el timón. Alex me apartó con nerviosismo.
-Alex ya diviso la playa, gira a barlovento no vayamos a chocar contra las rocas del acantilado.
-Ayúdame Meg, la corriente es muy fuerte.
Llegamos a la costa con mucho esfuerzo y agotados.
Nos habíamos librado por muy poco de la terrible tormenta que se estaba formando.
CAPÍTULO II
Nos refugiamos lo más deprisa que pudimos en nuestra cabaña.
Aguantamos el fuerte temporal a cubierto. Pasamos la noche muy asustados, nunca habíamos soportado semejante huracán.
Abrazados, permanecimos muy callados cada uno con sus pensamientos. Creí que sería nuestro último día de vida. El vendaval nos podría arrancar el tejado y salir volando estrellándonos contra las rocas.
Alex, intentaba calmarme, pasándome la mano por mi larga melena azabache. Siempre he sido más sensible que él y desde que murieron nuestros padres cualquier situación me pone en estado de alerta.
Es curioso que seamos mellizos no nos parecemos en nada físicamente. Mi hermano es rubio con ojos negros y piel tostada. Está muy fuer