En ese instante, no estuve seguro si el insulto venía por haberle magreado o por el contrario por dejar de hacerlo. De lo que si estoy seguro es que esa mujer tenía su sexualidad a flor de piel porque ese leve toqueteo había provocado que sus pitones se pusieran duros como piedras.
―Estás cachonda. ¡No lo niegues!― contesté sin sentir ningún tipo de piedad.
La vuelta de María evitó que siguiera acosándola pero no me importó al saber que dispondría de muchas otras ocasiones durante esa noche. Paloma por el contrario vio en mi esposa su tabla de salvación y colgándose de su brazo, me miró retándome. El desafío de su mirada me hizo saber que se creía a salvo.
« ¡Lo llevas claro!», exclamé mentalmente resuelto a no darle tregua.
Desgraciadamente de camino al restaurante, no pude atacarla de ninguna forma porque sería demasiado evidente. Mi pasividad le permitió relajarse y por eso creyó que si se sentaba frente de mí estaría fuera del alcance de mi hostigamiento. Durante unos minutos fue así porque esperé a que hubiésemos pedido la cena y a que entre ellas ya estuvieran charlando para quitarme el zapato y con mi pie desnudo comenzar a acariciar uno de sus tobillos.
Al no esperárselo, pegó un pequeño grito.
―¿Qué te pasa?― pregunté mientras iba subiendo por su pantorrilla.
Mi descaro la dejó paralizada, lo que me permitió continuar acariciando sus muslos camino de mi meta. Su cara lívida mostraba su angustia al contrario que los dos botones que lucía bajo su blusa que exteriorizaban su excitación. Ya estaba cerca de su sexo cuando metiendo la mano bajo el mantel, Paloma retiró mi pie mientras con sus ojos me pedía compasión
―Estás cachonda. ¡No lo niegues!― contesté sin sentir ningún tipo de piedad.
La vuelta de María evitó que siguiera acosándola pero no me importó al saber que dispondría de muchas otras ocasiones durante esa noche. Paloma por el contrario vio en mi esposa su tabla de salvación y colgándose de su brazo, me miró retándome. El desafío de su mirada me hizo saber que se creía a salvo.
« ¡Lo llevas claro!», exclamé mentalmente resuelto a no darle tregua.
Desgraciadamente de camino al restaurante, no pude atacarla de ninguna forma porque sería demasiado evidente. Mi pasividad le permitió relajarse y por eso creyó que si se sentaba frente de mí estaría fuera del alcance de mi hostigamiento. Durante unos minutos fue así porque esperé a que hubiésemos pedido la cena y a que entre ellas ya estuvieran charlando para quitarme el zapato y con mi pie desnudo comenzar a acariciar uno de sus tobillos.
Al no esperárselo, pegó un pequeño grito.
―¿Qué te pasa?― pregunté mientras iba subiendo por su pantorrilla.
Mi descaro la dejó paralizada, lo que me permitió continuar acariciando sus muslos camino de mi meta. Su cara lívida mostraba su angustia al contrario que los dos botones que lucía bajo su blusa que exteriorizaban su excitación. Ya estaba cerca de su sexo cuando metiendo la mano bajo el mantel, Paloma retiró mi pie mientras con sus ojos me pedía compasión